Exilio en democracia

Viendo un documental como El infierno vasco, uno no para de hacerse preguntas. Preguntas desoladoras. ¿Por qué en el País Vasco del siglo XXI un señor no puede estar tranquilo jugando en el parque con su pequeño hijo, por miedo a que le lancen una mirada de odio, una pedrada de saña o un disparo a bocajarro? ¿Por qué un hombre debe mudarse a Almería mientras amigos, vecinos, compañeros de trabajo y autoridades miran hacia otro lado? ¿Por qué una película que fomenta la justicia y la reivindicación de la vida para el que no puede ejercerla con la libertad necesaria no encuentra un solo cine en San Sebastián para proyectarse comercialmente? Si la treintena de protagonistas del documental, todos ellos amenazados por ETA y sus cómplices, han debido marcharse de donde nacieron y vivieron ante el temor de no poder seguir respirando no el aire puro, sino cualquier aire, ¿dónde vive el director del documental que les ha dado voz? ¿También debe vigilar a un lado y a otro de la calle cada vez que pone el pie en ella?
EL INFIERNO VASCO
Dirección: Iñaki Arteta.
Intervienen: Mikel Azurmendi, Jaime Larrinaga, Agustín Ibarrola.
Género: documental. España, 2008. Duración: 105 minutos.
Rodado a lo largo de tres años, El infierno vasco, tercer trabajo de Iñaki Arteta en torno a las víctimas de ETA tras Sin libertad y Trece entre mil, otorga un micrófono a algunos de los muchos que en los últimos tiempos han debido poner tierra de por medio para buscar un nuevo hogar. Profesores universitarios, ertzainas, amas de casa, artistas, periodistas, políticos, sacerdotes. La intolerancia no sabe de oficios. Aun menos de beneficios. Junto a los testimonios, imágenes retrospectivas (la multitudinaria paliza al ertzaina Ander Susaeta en las fiestas de Bilbao de 1993 pone la piel de gallina) y multitud de datos objetivos, fuera de toda duda.
El único problema de El infierno vasco es el de casi todos los documentales de denuncia, que sólo convencen a los ya convencidos. Los otros continuarán poniendo coartadas.
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