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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un Feuillade de multisalas

Creada en 1976 por Jacques Tardi, uno de los autores fundamentales de la historieta francesa, Adèle Blanc-Sec, heroína airada, heterodoxa y excéntrica, es el fruto de un experimento aparentemente contranatura: verter las esencias de la literatura folletinesca de Maurice Leblanc, Eugene Sue, Pierre Souvestre y Marcel Allain y de los seriales cinematográficos de Louis Feuillade, con algunas notas de Julio Verne y un buen porcentaje de locura marca Georges Méliès, en un cuerpo femenino que, de manera algo inesperada, no acaba adoptando, tras el proceso, las formas voluptuosas de Musidora, la gran musa de Judex (1916) y Los vampiros (1915), sino un perfil algo asexuado y aguerrido, que se revela más cercano al de la Natalya Glan de Miss Mend (1926), el serial soviético de Fyodor Ostep que, emulando las armas de los modelos americanos, intentó combatir al Capital con la artillería pesada del gran espectáculo. El resultado no dejaba de estar cargado de sentido: en el fondo, serial y folletín siempre fueron formas de cultura popular con el carnet ideológico bien a la vista.

ADÈLE Y EL MISTERIO DE LA MOMIA

Dirección: Luc Besson.

Intérpretes: Louise Bourgoin, Gilles Lellouche, Mathieu Amalric. Género: aventuras. Francia, 2010.

Duración: 107 minutos.

Con su particular trazo, una línea clara infectada de daguerrotipo y neblina de trinchera, Tardi dio rienda suelta al lado más lúdico de su talento en los nueve álbumes protagonizados, hasta el momento, por el personaje. Partiendo de los cuatro primeros -pero, en especial, del primero y el cuarto: Adèle y la bestia (1976) y Momias enloquecidas (1978)-, Luc Besson no ha hecho tanto una adaptación como una lectura / sueño / apropiación del personaje. El resultado se abre en clave de narración impositiva a la Jeunet para acabar revelándose toda una sorpresa: Adèle quizá es sexualizada en exceso, pero se conserva el sentido del humor y la libertad narrativa del original. El resultado es, en suma, algo muy infrecuente: un producto de multisalas que no olvida a Feuillade.

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