Genéticas peligrosas
Bastan sólo unos cuantos minutos, tras el ágil y terrible prólogo que inaugura Resident evil, imprevisible muestra del terror científico europeo hecho para competir con la producción americana, para oler el origen de tan peculiar criatura: un videojuego cuajado de imprevistos, mutaciones, golpes de efecto y nuevos escenarios. Es el filme, pues, una propuesta directa, nada embozada, de consumo para públicos acostumbrados a la causalidad y el cálculo de probabilidades... y a no pedirle demasiado a una historia simple, pero que se aguanta bien durante buena parte del metraje.
Tiene la película un punto de arranque que parece salido de la mente de un militante antiglobalización: una poderosísima multinacional estadounidense, Umbrella, se dedica a lucrativos negocios públicos de nuevas tecnologías, pero también a la bioexperimentación genético-militar clandestina. Por una acción aparentemente terrorista -pero las motivaciones, a la postre, se demostrarán aquí bien poca cosa, dramáticamente hablando-, se libera un virus que termina afectando a todo un edificio... del que saldrá una nueva raza de semimuertos.
RESIDENT EVIL
irector: Paul W. Anderson. Intérpretes: Milla Jovovich, Michelle Rodríguez, Eric Mabius, James Purefoy. Género: terror científico, EE.UU.-Alemania-Reino Unido, 2002. Duración: 100 minutos.
Hay, además de la consabida diatriba contra el carácter profundamente perturbador de la ciencia, un pelotón de esforzados que se meterá en el edificio -de lo contrario, la forma del videojuego, con sus saltos de pantallas, el aumento de las complicaciones y el enganche del espectador por la acción no podrían prosperar- y que luchará con tesón por su supervivencia. Lo que hace al filme, al fin y al cabo, una propuesta más de golosina visual de usar y tirar, un tanto diferente de las docenas que le precedieron es el cuidado de la casquería visual, obra de Animated Extras International -Gladiator, Sleepy Hollow, Frankenstein de Mary Shelley o Dentro del laberinto son sus notables credenciales previas-. A todo esto se añade el aire angustioso que logra mantener, al menos durante un rato, su director, Paul Anderson, un especialista en este tipo de cosas, y un cierto aire de populismo anti-multinacional que, sin ser nuevo, resulta por lo menos simpático y compartible.
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