Hermosa hasta el dolor
La muerte y sus caprichos: he ahí el tema central de esta película insólita, de espíritu juvenil y directo, basada en una pieza de Albert Espinosa, un creador que ha hecho de algunos temas de esos que a muy poca gente le gusta hablar (la enfermedad terminal y la muerte, en Planta 4ª; la película que dio a conocer su obra; la muerte a secas en ésta) la verdadera razón de ser de sus creaciones artísticas.
Tu vida... habla, con una cercanía absoluta, con un punto de vista que no es otro que el de su principal protagonista (un magnético Javier Pereira), de hechos banales pero de consecuencias muy graves, de personajes que están anclados en un verano para, de pronto, en medio de su hastío y su nadería, verse sacudidos por un azar siniestro. Parece abusar, no obstante, de dos cosas: una, justamente, de ese azar que encadena más allá de lo conveniente situaciones que parecen no tener entre sí la menor conexión. Y de una puesta en escena que a veces impone sus modos por encima de la gravedad, incluso de la poesía que su responsable, María Ripoll, es capaz, no obstante, de captar en más de un momento.
Pero nada de esto parece afectar al corazón de la historia. Bien porque esas casualidades terminan revelando un secreto gusto por lo inefable, bien porque la puesta en escena no siempre abusa de esa tendencia excesivamente posmoderna, pero lo cierto es que Ripoll y su guionista acaban por construir una fábula límpida, hermosa hasta el dolor. Profunda cuando se lo propone, sutil y leve cuando por ella viaja el amor, Tu vida en 65 minutos es una película llena de secretos misterios, de claves para encontrar, de situaciones impensables, de golpes de inaudita crueldad Y de dolor, y de goce, y de incertidumbre...
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