Kusturica se copia

La reiteración de temáticas y estilos en la obra de un artista puede hacer que pierda cierta relevancia y capacidad de sorpresa, pero en modo alguno la cantinela "es-que-hace-siempre-la-misma-película" derrumba por completo el crédito artístico de un director. A autores tan indiscutibles como Alfred Hitchcock o Woody Allen se les ha acusado en distintas fases de su trabajo de copiarse a sí mismos. Budd Boetticher realizó una serie de magníficos westerns con Randolph Scott como protagonista, en los que el actor siempre repetía semejante papel. Y gente como Carlos Saura perdió buena parte de su excelencia cuando dejó de "hacer la misma película", en la llamada factoría Querejeta. El problema no está pues en copiarse, sino en copiarse mal. No ya en repetir fórmula, sino en amoldarse a un pasado más o menos exitoso para fabricar reproducciones que, aunque se parezcan al modelo, se acerquen más a la aproximación de un (mal) aplicado alumno del maestro, que a una nueva incursión en un universo sacralizado. Eso es lo que da la impresión de ocurrir con alguna de las últimas películas de Allen, y eso es lo que con toda seguridad pasa con Emir Kusturica, que hoy estrena Prométeme, un más de lo mismo, pero peor, de sus otrora desenfrenadas comedias bufas.
PROMÉTEME
Dirección: Emir Kusturica.
Intérpretes: Uros Milovanovi, Marija Petronijevic, Aleksandar Bercek, Miki Manolojvic, Ljiljana Blagojevic.
Género: comedia. Serbia, 2007.
Duración: 126 minutos.
Ahí sigue la descarnada violencia de sus personajes; sus bandas de música que, como los violinistas del Titanic, no dejan de tocar ni aunque las balas, el absurdo y el drama les rocen los instrumentos; su capacidad para convertir una secuencia cotidiana de ambiente rural en un delirio cósmico de proporciones míticas; y, lo peor, un desorden narrativo que, por exceso de aceleración, acaba agotando al personal. Todo parece igual que en Underground y Gato negro, gato blanco, pero ya no lo es: la libertad narrativa no es más que confusión, y hasta la música, que parece de su inseparable Goran Bregovic, es de Stribor Kusturica, no por casualidad hijo del director. De modo que, casi cerca del dibujo animado, Prométeme acaba manifestándose como la obra de un díscolo alumno balcánico de Tex Avery, que no ha asimilado las enseñanzas de sus jefes ni la violencia de su país.

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