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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Logaritmo y dolor

Javier Ocaña

Si hay algo que tenga poco que ver con los sentimientos, eso es la aritmética. Las personas que se empeñan en intentar explicar las emociones como el que analiza un logaritmo corren serio peligro de despeñarse por las sendas de la mente y, por tanto, de la vida. Por eso el título Aritmética emocional resulta al mismo tiempo una denominación tan contradictoria como sugerente.

Basada en la novela de Matt Cohen y dirigida por el especialista en televisión Paolo Barzman, la película es una obra de cámara con apenas un puñado de personajes, casi enteramente ambientada en una casa de campo y reducida a un arco temporal de apenas unas horas. Una interesante catarsis anímica de aliento bergmaniano, comandada por un excelente grupo de intérpretes, aunque un tanto lastrada por ciertos recursos narrativos y formales que el maestro sueco nunca se hubiese atrevido siquiera a imaginar.

ARITMÉTICA EMOCIONAL

Dirección: Paolo Barzman.

Intérpretes: Susan Sarandon, Christopher Plummer, Roy Dupuis, Max von Sydow, Gabriel Byrne.

Género: drama. Canadá, 2007.

Duración: 96 minutos.

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La mano que mueve los hilos de los cinco personajes es la estancia de tres de ellos en un campo de tránsito (hacia otros de concentración y exterminio) durante la II Guerra Mundial. Que semejante drama provoca, como un 2+2=4, que el resto de sus vidas siempre quedará marcado, parece un hecho incontrovertible. Sin embargo, como algo completamente alejado de las matemáticas, la penuria les ha afectado de forma radicalmente opuesta. Los sucesivos encuentros y conversaciones entre los protagonistas, la presencia de la casa de campo, del establo y del río que mantiene a los personajes en una especie de isla que los obliga a interactuar, a exorcizar sus fantasmas, remite inevitablemente a películas de Ingmar Bergman como La hora del lobo.

Asimismo, el orgullo intelectual del marido y la lacra heredada por el hijo hacen pensar en otras como Sonata de otoño o Sarabande. Pero el dramático encierro que viven las criaturas, desde luego más tangible que los de Bergman, que provenían de la simple existencia como tal, y no de circunstancias sobrevenidas, se ve perjudicado por los flash-backs del campo: presuntamente dolorosos pero absolutamente impostados, esteticistas y, sobre todo, innecesarios.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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