Luminosas negruras de una gran comedia
Es esta inmensa pequeña película -como las mejores del indomable, e incatalogable, finlandés Aki Kaurismäki, una obra libérrima, originalísima y atravesada por luminosas negruras- el relato de la insólita aventura de un cadáver vivo. Revienta de ácido escéptico, de humor negro y de luz interior, la metáfora que arrastra este hombre sin pasado. Es una tragedia austera, ajena a la tentación de solemnidad y teñida con aires de comedia, una oscura y cruel, pero tambien húmeda y tierna comedia, sembrada por Aki Kaurismäki con trallazos de buena sorna y con la nobleza de la irreverencia.
La metáfora de Un hombre sin pasado es atrevida, porque la anécdota desencadenante se ha visto otras veces en la pantalla, pero Kaurismäki se las arregla para hacerla inédita. En ella, un muerto completamente vivo entra en gozosa colisión irónica con los mascarones de proa que le pone ante las narices una sociedad, ésta que pisamos, hueca y desalmada, legislada y gobernada por vivos completamente muertos. Es una frágil obra subversiva vertebrada sobre un punzante y apacible seguimiento -por una cámara impávida y flemática, pero al mismo tiempo tierna y secretamente entusiasmada por las gracias y las desgracias que captura- de los pasos sacrílegos de un personaje de gran fuerza subversiva, un tipo al que una bestia urbana caza por las buenas y a traición, como a un conejo, con el seco golpe de un bate en la nuca, y le deja tirado sobre un asfalto norteño, convertido en despojo humano sin identidad, en un errante desmemoriado y apresado por un vacío de identidad que le fuerza a tejer un soporte lógico para sus comportamientos con hilachas de recuerdos del instinto y con esa fuente de verdades irrefutables que mana de la sensación de no tener nada que perder.
UN HOMBRE SIN PASADO
Dirección, producción, montaje y guión: Aki Kaurismäki. Intérpretes: Kati Outinen, Marku Peltola, Annikki Tähti, la banda Marko Haavisto & PuotHaukat y la perra Tähti. Género: comedia. Finlandia, 2002. Duración: 87 minutos.
Asistimos en Un hombre sin pasado a una grave y de fondo pesimista, pero graciosa y vivificadora reducción de un hombre común a hombre desnudo, a animal humano. Y, vistos a través del filtro de la mirada quieta, frontal y fraternal de Aki Kaurismäki, los territorios por excelencia de lo abominable y lo inhumano -que obviamente son las cunetas y los vertederos del primer mundo, allí donde son arrojados como basura viva los indigentes, los desheredados de la tierra, los expulsados de la sociedad y de la historia- se convierten en un esponjoso espacio de comedia negra, en nuevo escenario del viejo poema evangélico de la sal de la tierra.
Y saltando desde irresistibles golpes de percepción del absurdo a instantes de una suave caída en la melancolía, Un hombre sin pasado nos secuestra, nos envuelve con una calmosa sensación de sabiduría y nos hace transitar de imágenes dignas del Chaplin amargo, co-mo el gag del perro Hannibal, a punzantes incursiones, con desparpajo cercano a Jacques Tati, en el sinsentido que la vida adquiere en el mundo de ahora, y que desprenden, como un tenue vapor, los momentos en que la cámara vuelve la mirada hacia atrás y nos sumerge en la sórdida vida vivida que esconde el olvido del desmemoriado.
Y la afilada lupa libertaria de Kaurismäki -moviéndose con soltura y comodidad plenas en espacios íntimos colindantes con los de Yo contraté a un asesino a sueldo y La chica de la fábrica de cerillas, sus otras dos obras de cumbre- desvela con pasmosa elegancia y precisión, y un delicioso toque de locura en la calmosa energía de su humor corrosivo, desacralizador y sublevado, los mecanismos del absurdo de este tiempo, instalados en el corazón de la vida de esta tediosa y confusa Europa que se mueve nadie sabe bien hacia dónde.
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