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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ogro y princesa

La pervivencia de estéticas y sensibilidades forjadas en el cine mudo se manifiesta en inesperados territorios marginales de la contemporaneidad. Si Buster Keaton resucitó en Finlandia de la mano del humor melancólico y proletario del cine de Aki Kaurismäki, Gigante, ópera prima del argentino afincado en Uruguay Adrián Biniez, parece erigirse en testimonio de la inmortalidad de otra constante: la poética sentimental de Charles Chaplin.

Comedia romántica con el grado justo de melaza y una lúcida lectura del slapstick adaptada a la videovigilancia, Gigante maneja materiales que recientes muestras de radicalidad autoral han erigido casi en lugar común: una oceanografía del tedio marcando el ritmo del relato, actores naturales (o no) componiendo sus personajes con presencia granítica, una narrativa casi inapreciable a simple vista que va afirmándose por sedimentación... Biniez se distancia, no obstante, de esos modelos esquivando el tremendismo y neutralizando toda sospecha de mirada condescendiente.

GIGANTE

Dirección: Adrián Biniez. Intérpretes: Horacio Camandule, Leonor Svarcas, Diego Artucio. Género: comedia. Uruguay, 2009.Duración: 84 minutos.

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"Ahora parece que si quieres ser autor, debes ser sádico"

Gigante cuenta el desarrollo de la silenciosa obsesión amorosa de un solitario vigilante de seguridad, Jara (Horacio Camandule), por una empleada de la limpieza, Julia (Leonor Svarcas), del supermercado donde ambos trabajan en turno de noche. Convertido en invisible y mudo ángel guardián de su amada desde los monitores de su cabina de control, Jara se verá obligado a expresar sus turbulencias sentimentales sobre el telón de fondo de un proceso de reducción de plantilla. Biniez revela control del ritmo y dominio del lenguaje, no subestima la inteligencia del espectador, pero tampoco lo somete a pruebas experimentales. Gigante, que metió su cuña en el palmarés del pasado certamen de Berlín, acaba siendo, más que una película excelente, un ejemplo de ese modelo de cine-oasis que se beneficia de la desertización de carisma -o del afán de comunicar- en la programación de los festivales. En una de sus secuencias, Biniez juega al suspense mediante una coreografía del slapstick. Y muestra el tipo de película que podría haber sido Gigante, si el cineasta no hubiese privilegiado el sentimentalismo, para aportar su toque de distinción.

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