Pistolas por la paz

Nunca ha estado en Estados Unidos ni tiene en mente acercarse por allí, pero lleva años teorizando sobre la sociedad americana a través de sus películas. Lars von Trier, director danés que con Dogville ya golpeó con saña los resortes de un pueblo contradictorio como pocos, vuelve al ring con la escritura de Querida Wendy, fábula moral ambientada en un pequeño pueblo de la América profunda, dirigida por su compinche en la creación del movimiento Dogma 95, Thomas Vinterberg, autor de la magnífica Celebración (1998).
¿No haber puesto el pie en un lugar imposibilita para opinar y poner el dedo en la llaga acerca de los rincones más oscuros de su sociedad? Habrá opiniones para todos los gustos, pero siempre se podrá argumentar que sin haber vivido el imperio austro-húngaro o el imperio romano también se pueden trazar excelentes radiografías sobre su auge y caída. Querida Wendy centra su historia en un grupo de adolescentes pacifistas paradójicamente obsesionados con las armas de fuego. Un contrasentido de múltiples lecturas con el que Von Trier y Vinterberg pretenden denunciar a un país que aspira a imponer la democracia por la fuerza. Un país en el que la pena de muerte ejerce de base programática en muchos de sus estados. Un país en el que se han tenido que colocar arcos de seguridad en la entrada de los institutos para evitar la introducción de revólveres. Un país en el que, como estamos viendo estos días en múltiples reportajes, algunos de sus habitantes tienden a armarse ante la amenazadora llegada de riadas de pobres procedentes de la devastada Nueva Orleans en lugar de acudir en su ayuda.
QUERIDA WENDY
Dirección: Thomas Vinterberg. Intérpretes: Jamie Bell, Alison Pill, Bill Pullman, Michael Angarano. Género: fábula de acción. Dinamarca, Francia, Reino Unido, 2005. Duración: 105 minutos.
"No éramos nadie antes de tener las armas", dice uno de los integrantes de esta hermandad que persigue imponer la paz por medio de la amenaza. Una frase que podían haber firmado los asesinos adolescentes de Columbine, proscritos de instituto que un mal día dieron rienda suelta a su mente insana. Los creadores de Querida Wendy nunca dicen expresamente de qué están hablando ni contra quién disparan sus dardos, pero no hace falta. De forma más o menos sutil, su película pretende ser un mazazo al sueño americano, a sus cimientos, incluso a su particular santoral: como esas tres pistolas que son bautizadas por los muchachos con los nombres de, respectivamente, Grant (Ulysses S.), Lyndon (B. Johnson) o Lee (General Robert Edward).
Con una retórica entre elevada y pedante ("el orificio de salida de la bala habla de su alma, diría mi yo poético", afirma uno de los chicos), la película escupe en todo momento, y a pesar del tono cuentista, su base dramática real (las fotos de los cadáveres son una muestra de ello). Como en la magistral If... (Lindsay Anderson, 1968), donde una agrupación de muchachos semejantes acababa a tiros con la sociedad que les dio de mamar, el drama adolescente es tan necesario como violento, tan indiscutible como imparable. A pesar de la excesiva presencia de la voz en off y de que el hecho que desencadena la tragedia resulta un tanto peregrino, Querida Wendy es inteligente, cautivadora y atroz; pretenciosa pero muy directa; en definitiva, un demoledor disparo entre ceja y ceja.

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