Raro acuerdo entre contrarios
Robert de Niro y Billy Crystal son expertos comediantes, que llevan hasta el límite dos maneras muy diferentes de hacer comedia. Crystal es dueño de un cruce entre tradiciones de teatro burlesco -de esas que dieron cobijo a Lenny Bruce y Woody Allen- y del show televisivo, en el que logró dar alas al plomo de las siete ediciones de los Óscar en que hizo magistralmente de maestro de ceremonias. Pero Robert de Niro procede de otras latitudes muy distantes del mismo universo. En la larga lista de películas que arrastra a sus espaldas las comedias escasean, son casi rarezas, y si el nombre de Crystal acude veloz a la memoria al decir Cuando Harry encontró a Sally, el de De Niro salta cuando decimos El padrino o El cazador, entre otras obras buscadoras no de risas sino de lágrimas.
OTRA TERAPIA PELIGROSA
Dirección: Harold Ramis. Guión: Harold Ramis, Peter Steinfeld y Peter Tolan. Fotografía: Ellen Kuras. Intérpretes: Robert de Niro, Billy Crystal, Lisa Kudrow, Joe Viterelli, Cathy Moriarty-Gentile, Joey Coco Díaz, Jerome LePage. Estados Unidos, 2002. Género: comedia.
Pero dicen que, porque se aburre repitiéndose, De Niro ha dejado en el camerino su célebre quietud, su laconismo gestual, para meterse en el pellejo de fantoches gesticuladores, frentre a los que despliega talento para sobreactuar y soltarse una, hasta ahora repeinada, melena histriónica. Y esto es lo que hace inimitable a su gánster Paul Vitti en las dos Terapias peligrosas a que le somete el inefable psiquiatra Ben Sobel que borda Billy Crystal.
Hilos de gracias
El choque y el engarce, el juego de réplicas de estos dos cómicos tan distintos, el hecho de que logren trenzar un generoso tú a tú en el que uno aúpa al otro y ambos enriquecen algunas escenas vivas y divertidas, en las que se funden dos escuelas de comedia dispares, hace que Otra terapia peligrosa, como su predecesora, merezca verse pese a ser una película formalmente pobre y rutinaria. Porque este buen dúo permite que una película que no tiene más destino que el olvido deje en la memoria hilos de gracias desprendidos de algún buen gesto o alguna buena réplica.
Los actores están situados muy por encima de la del guionista y director Harold Ramis, de quien es recordable su ingenio en Atrapado en el tiempo, pero al que ahora atrapan sus limitaciones. Y rompen estas limitaciones la desquiciada composición de De Niro, que tiene gracia cuando canta West Side Story y cuando evoca su infancia vaquera; o el número de Crystal en un restaurante japonés y su tratamiento psiquiátrico a un gánster tarado. Mágicos disparates que hacen vivible a una película mortecina y, a ratos, muerta.
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