'Remake' no muerto

Dentro de ese cine espectáculo de los ochenta que Super 8 reivindicaba como paraíso perdido, Noche de miedo (1985) de Tom Holland aportó su toque de distinción al reivindicar una tradición cinéfila -el cine de vampiros de la británica Hammer- y un arquetipo que muchos adolescentes estadounidenses tenían asociado a su educación sentimental: el anfitrión de los programas de terror de cadena local, equivalente, salvando las distancias, del Narciso Ibáñez Serrador de Mis terrores favoritos. La película jugaba hábilmente con el subtexto del despertar sexual, explotaba a fondo los contrastados carismas de Roddy McDowall y Chris Sarandon y culminaba en una sostenida explosión de pirotecnia que revelaba que Holland había asimilado a la perfección las reglas del modelo Spielberg, virándolo hacia una modulación histérica más cercana a Joe Dante o Robert Zemeckis.

En este remake, Craig Gillespie, fogueado en la comedia excéntrica, logra llevar el material a su terreno: aquí, como en Cuestión de pelotas (Mr. Woodcock) (2007), se manifiesta una pesadilla edípica -la madre seducida por el monstruo-, y, como en Lars y una chica de verdad (2007), se indaga en las minusvalías afectivas de la inmadurez generacional, con un Christopher Mintz-Plasse componiendo un memorable Pepito Grillo freak del protagonista. La mayor sorpresa está en el virtuoso uso del 3D en la secuencia del asalto al hogar y, sobre todo, en la posterior huida en coche, con su ejemplar tratamiento del espacio al servicio del suspense.