Respiración y sentimiento
La escena más arriesgada -y, también, una de las más poderosas- de esta película del imprevisible Hirokazu Koreeda parece una variación sobre los últimos versos de la canción In every dream home a heartache de Roxy Music: "I blew up your body / but you blew my mind!". Si en la canción de Bryan Ferry un rico solitario enloquecía de amor insuflando aire en el cuerpo de su muñeca hinchable, en el tristísimo cuento fantástico de Koreeda, inspirado en el manga Kuuki Ningyo, es la muñeca quien experimenta el éxtasis al recibir en su interior el aliento de su ser amado. Perfecto símbolo para los tiempos de la discapacidad sentimental, la muñeca hinchable había entrado en el imaginario cinematográfico para hablar del fetichismo o la afasia emotiva de su usuario, pero, si este crítico no se equivoca, Koreeda es el primero en plantearse el problema de su vida interior.
AIR DOLL
Dirección: Hirokazu Koreeda. Intérpretes: Bae Doona, Arata, Itsuji Itao, Joe Odagiri, Masaya Takahashi.
Género: drama. Japón, 2009. Duración: 126 minutos.
Delicadeza
En un desolador barrio de Tokio que parece el hábitat natural de un heterogéneo surtido de corazones solitarios, Nozomi, muñeca hinchable propiedad de un soltero infeliz, despierta a la vida, recorre las calles ataviada como una fantasía sexual inconsciente de serlo y, finalmente, cree encontrar el amor verdadero en la figura de un dependiente de videoclub. El final del cuento, que no conviene desvelar, logra hermanar lo perturbador y lo lírico como, probablemente, solo una afinadísima sensibilidad como la de Koreeda sabría hacerlo. Air Doll es una lección magistral de delicadeza. El tono conquistado por el japonés es la virtud más aparente de un trabajo que atesora no pocos logros y que muchos espectadores, incluso algunos fieles seguidores del cineasta, han recibido con el inmerecido arqueo de ceja de quien no perdona este aparente desvío excéntrico del territorio clásico, vertiente Ozu, de una obra maestra tan rotunda como fue Still Walking (2009).
Air Doll prolonga, en paradójica clave poshumana, esa mirada humanista, heredada de Ozu, Kurosawa y Naruse, que Koreeda ha defendido a lo largo de toda su filmografía. El director de fotografía Mark Ping-Bing Lee, ocasional colaborador de Wong Kar Wai, logra, con sus elegantes movimientos de cámara, que esta atrevida historia encuentre, precisamente, su respiración.
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