Reverdecer laureles
Quien hace un par de años nos sorprendiera con una película tan bella y de otra época como La fortuna de vivir, Jean Becker, hijo del gran Jacques, vuelve ahora a la carga sobre parecidos esquemas, claves en el éxito de la anterior: un argumento un tanto añejo (en esta ocasión, una película de Sacha Guitry inédita en España, La poison), un guión solvente puesto en manos de un escritor de prestigio (Sébastien Japrisot, gran cultor del género negro) y un elenco de actores superlativos, entre los que se repiten por lo menos dos respecto a su otro filme.
Uno de ellos, Jacques Villeret, es el protagonista (casi) absoluto de la función, tanto como para que toda la trama gire alrededor suyo, e interpreta a un campesino tan sufrido como, en el fondo, pícaro (es curiosa la fijación de Becker por el mundo agropecuario, en el que ha ambientado varias de sus películas). El otro, el impecable André Dussolier, le da un contrapunto irónico como as de la abogacía... Y se convierte en la persona que, sin querer ni pretenderlo, le dará la excusa para cometer una tropelía que es el sentido mismo de la película.
UN CRIMEN EN EL PARAÍSO
Director: Jean Becker. Intérpretes: Jacques Villeret, Josiane Balasko, André Dussolier, Suzanne Flon. Género: comedia, Francia, 2000. Duración: 89 minutos.
Corren por las venas de esta película un poco añeja, bastante anclada en lugares comunes sobre la guerra de sexos, pero también ocurrente y en ocasiones brillante, considerables dosis de sabiduría narrativa.
Desconociendo la película que le sirve de base se puede, no obstante, degustar su comicidad desde dos de los pivotes sobre los que cualquier comedia clásica ha construido su sentido: uno, desde el excelente trabajo actoral.
Viejas glorias
Están aquí espléndidos todos los protagonistas, empezando por Villeret y acabando por la hirsuta, desagradable Balasko. Incluso hay ocasión para el lucimiento de alguna vieja gloria de la que nada sabíamos desde hace años, como la anciana, ay, Suzanne Flon.
Y dos, un ritmo sostenido, capaz de mantener la atención por encima de la debilidad de su un tanto periclitada propuesta de partida, de forma que gustará a quien crea que la eficacia de una carpintería teatral bien construida está por encima incluso de las ancestrales desavenencias entre hombres y mujeres.
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