Salpicando al respetable

El buen gusto se manifiesta, a veces, con maneras reveladoras de que exquisitez y sentido del ridículo no van siempre de la mano. La resurrección del cine tridimensional ha alentado, entre la crítica, el singular acto reflejo de sancionar como anacrónico y barato todo impulso de proyectar golpes de efecto a la platea, al tiempo que se aprobaba la subordinación de la técnica a la profundidad de campo. Resident Evil: ultratumba, cuarta entrega de la saga cinematográfica al servicio del imaginario del videojuego creado en 1996 por Shinji Mikami, encuentra, precisamente, su razón de ser en el acto de perderle el respeto a esa arbitraria regla de oro de nuevo cuño. La película de Paul W. Anderson es, así, un desaforado recital en 3D que lanza herrumbrosas armas al respetable, mientras lo salpica de vísceras y sangre digital.

Como sus predecesoras, la película es generosa en imágenes de impacto y parece confiar antes en la fuerza de algunos de sus fotogramas aislados que en la articulación dramática de su conjunto. Si estuviese poblada por personajes y no por meros avatares de videojuego, quizá su fuerza pirotécnica no parecería tan autocombustible. Aunque decir esto también tenga algo de reaccionario acto reflejo de viejo crítico.