Ternura lujuriosa
Cuando se ve una película como El niño pez, notable segundo trabajo de la argentina Lucía Puenzo, uno acaba preguntándose qué fue antes, si la gallina o el huevo. Es decir, si el desencadenante de la historia fue el fascinante simbolismo del crío pez, que surca las aguas de un lago mientras acecha la mente de los protagonistas; o en cambio el origen residía en la desbordante personalidad de la chica capaz de enamorar hasta la demencia a cualquier bicho viviente que se cruce con ella; o, en fin, si la base radicaba en el toque social impuesto por su creadora, sutil y eficaz, que reflexiona sobre la intemporal lucha de clases mientras narra una fábula de amor y horror para adultos, con un leve toque de thriller. Pero la idea de qué fue antes, si la gallina o el huevo, se acaba diluyendo en favor de la percepción de que las tres ideas están inmejorablemente ensambladas, que tienen potencia visual y dolor verdadero.
EL NIÑO PEZ
Dirección: Lucía Puenzo.
Intérpretes: Inés Efron, Mariela Vitale, Pep Munné, Carlos Bardem.
Género: drama. Argentina, España, Francia, 2009.
Duración: 96 minutos.
Después de escribir La puta y la ballena, dirigida por su padre, Luis Puenzo, en el año 2004, Lucía demostró poseer eso tan intangible llamado universo propio en su debut como realizadora: XXY (2007), estimable drama psicológico de trascendencia familiar que, sin embargo, quizá pecaba de innecesariamente parsimonioso. Con El niño pez, narrada a través de una estructura rota en mil pedazos, a la manera Iñárritu-Arriaga, la autora argentina confirma su capacidad para la visualización de dramas mentales, al tiempo que aglutina ideas en principio difícilmente conciliables, mientras impacta con un tramo final, seco y aguerrido, en clave de thriller puro y duro. En la mirada de Puenzo hay sensibilidad y crudeza, ternura y lujuria, y esa paradójica ambivalencia es la confirmación de su talento.