Voyeurismo comercial

Una circunstancia rocambolesca puede convertirse en una atractiva situación de cine si se la rodea de los elementos necesarios. La circunstancia extraordinaria que engloba el extraño thriller psicológico de intriga social La cara oculta y que se configura en una imagen muy concreta (hay que guardarse su explicación porque estropearía la sorpresa y el engranaje del relato, pero digamos que tiene que ver con un encierro y un juego de espejos), hay que envolverla con dos particularidades: primero, un cúmulo de justificaciones de guion; y segundo, la suficiente perversidad como para que dicha imagen no quede en un simple hallazgo visual y sí en una fuente para la catarsis emocional. Con algún fleco suelto, la película de Andrés Baiz, coproducción hispanocolombiana con el patrocinio de la multinacional Fox, acierta bastante bien en el primer aspecto, pero fracasa en el segundo, quedando tan solo (para algunos, quizá no poco) en un ocurrente entretenimiento para ver y olvidar.

En manos de Alfred Hitchcock o Brian De Palma, incluso de un Edgar Allan Poe contemporáneo, La cara oculta se hubiese podido convertir en un cruel estudio sobre la manipulación y el deseo alrededor del voyeurismo, pero la media hora inicial, que juega al despiste del cine social, es tan pobre de texto y complementos (¡esos truenos producen risa!) que cuando llega el giro dramático ya es tarde para que la depravación gane la batalla al simple atractivo comercial.