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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El 'aeropirata' paralítico

Javier Ocaña

El 12 de septiembre de 2005, algunos periódicos se hicieron eco de una de esas sorprendentes noticias, a caballo entre la tragedia y la risa más negra, que lo mismo podría haber inspirado un thriller político que un drama social que una comedia bufa: un avión colombiano fue secuestrado en pleno vuelo por un joven y su padre -en silla de ruedas-, como llamada de atención a las autoridades por la falta de atención del Estado hacia la situación del progenitor, paralítico desde años atrás por un fatídico tiroteo provocado por las fuerzas de orden público durante un registro policial en su casa; el minusválido había escondido bajo sus pañales una bomba y logró evitar así todos los controles aeroportuarios.

PORFIRIO

Dirección: Alejandro Landes.

Intérpretes: Porfirio Ramírez Aldana, Jarlinsson Ramírez Reinoso, Yor Jasbleidy Santos Torres.

Género: drama. Colombia, 2011.

Duración: 106 minutos.

Para ilustrar tal hecho real, el ecuatoriano Alejandro Landes, director de Porfirio, presentada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, ha elegido un híbrido muy de moda: la ficción documental (o el documental representado), con el propio Porfirio Ramírez, su esposa y su hijo como intérpretes de su propia historia, seis años después. Un híbrido tan de moda en ciertos festivales y en los circuitos de versión original que, a fuerza de reiteración, se va a conseguir que lo que siempre se consideró como un cine que cuestionaba los modos de representación imperantes, se convierta ahora en una muestra más de autocomplacencia narrativa.

Para ello, en lugar de relatar el llamativo incidente del avión, que deja para los últimos 10 minutos y a través de una monumental elipsis final, Landes dedica casi toda su película al devenir previo, al durísimo día a día de un paralítico, expuesto de modo hiperrealista y parsimonioso, casi sin palabras y sin explicación de los antecedentes, e incluyendo llamativas escenas de sexo explícito. Con esta fórmula se supone que el autor intenta llevar al espectador hacia el mismo territorio de desesperación de su criatura, pero solo lo consigue a medias, o consigue que una parte de la platea se pueda desesperar por distintos motivos que los de su personaje. Hay decisiones formales de gran cine, como el formato en cinemascope y la posición de la cámara a la altura de los ojos de una persona en silla de ruedas, sin contrapicado alguno, que hace que el punto de vista siempre sea el de Porfirio, o como esas miradas directas al objetivo, concebidas por Ingmar Bergman en Un verano con Mónica y reinventadas por los directores de la Nouvelle Vague, que interpelan a la audiencia sobre lo que está viendo. Sin embargo, con un caso como el presente, lo más sugerente siempre queda en el ámbito elíptico, lo que puede ser tan narrativamente interesante como cansino en el aspecto emocional.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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