Una antiutopía de urgencia
Las antiutopías derivadas de la era del simulacro nutren el imaginario del director y guionista Andrew Niccol desde que escribiera su primer guion -El show de Truman (1998): una comedia amarguísima sobre la muerte de la identidad bajo la voracidad mediática- y debutase en la dirección con Gattaca (1997), un Alphaville (1965) de la manipulación genética congelado bajo los ecos hieráticos de El año pasado en Marienbad (1961). A Niccol, que también ha abordado los temas de las celebridades sintéticas -Simone (2002)-, del tráfico de armas como paradigmático modelo profesional de la contemporaneidad -El señor de la guerra (2005)- y de la supervivencia del náufrago trans-horario en los no-lugares -su labor en el guion de La terminal (2004)-, el presente le parece el más extraño e inquietante de los lugares, un territorio perfecto para afirmar una sensibilidad consciente de que, como quiere el tópico, la ciencia ficción no es el arte de imaginar el futuro, sino de psicoanalizar el presente.
IN TIME
Dirección: Andrew Niccol. Intérpretes: Justin Timberlake, Amanda Seyfried, Cillian Murphy, Johnny Galecki, Olivia Wilde, Mat Bomer.
Género: Ciencia-ficción. EE UU, 2011. Duración: 109 minutos.
Con In Time, Niccol vuelve a partir de una idea provocadora que, a los pocos minutos de proyección, todo espectador ya ha reajustado a las claves de esta nueva lucha de clases que articula el movimiento de los indignados. La película imagina una sociedad futura donde los avances biotecnológicos garantizan la inmortalidad... pero solo a unos pocos: un sistema económico basado en la gestión del tiempo se encarga de mantener una distancia insalvable entre una minoría privilegiada y los miembros de las clases desfavorecidas que, al cumplir los 25 años, se ven obligados a mantener un pulso constante con la cuenta atrás que llevan escrita en el brazo. El problema de In Time es que ese atractivo planteamiento acaba dando paso a un modelo de película que, a estas alturas, el consumidor de cine espectáculo norteamericano ya habrá visto cerca de un millar de veces: la carrera contrarreloj del héroe íntegro y su inevitable compañera femenina en dirección a una catarsis de manual de escritura de guion. En el fondo, la película de Niccol no está tan lejos de Destino oculto (2011), el reciente debut de George Nolfi, donde, tomando el nombre de Philip K. Dick en vano, Matt Damon y Emily Blunt respondían a la misma dinámica que Justin Timberlake y Amanda Seyfried en este caso.
No obstante, lo peor llega cuando Andrew Niccol subraya lo que ya resultaba evidente, que su antiutopía responde al clima colectivo de la sensibilidad indignada en una traca final de exaltación de la obviedad. Ahí se derrumba toda complicidad con lo que, hasta entonces, era una ingeniosa película de ciencia ficción que parecía irse devaluando por sumisión a las exigencias de mercado: la vergonzante sobreactuación de su coartada política da estocada de muerte al conjunto.

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