La belleza exterior

El mundo de la distribución y la exhibición cinematográfica es a veces tan caprichoso que proporciona sorprendentes casualidades. Como el hecho de que durante dos semanas consecutivas estemos hablando de la primera película hollywoodiense de sendas directoras europeas, en principio distantes en cuanto a la forma, pero muy semejantes en el fondo: la española Isabel Coixet, que hace siete días estrenó Elegy, y la danesa Susanne Bier, que hoy presenta Cosas que perdimos en el fuego. De hecho, en una definición quizá un tanto básica pero desde luego muy gráfica, una parte de la crítica se refiere a Bier como la Coixet danesa.
Por mucho que Bier se apuntara desde el inicio a los principios generales del Dogma 95 de Lars von Trier y Thomas Vinterberg, sus obras siempre tenían una vuelta de tuerca. Desde Te quiero para siempre a Después de la boda, pasando por Hermanos, sus películas parecían empeñadas en hurgar en el dolor, en la enfermedad, y poseían cierta tendencia al folletín, aunque se escondiera bajo el caparazón de la cámara en mano, la iluminación natural, los desenfocados y demás mandamientos del Dogma. Con Cosas que perdimos en el fuego, película de encargo (como Elegy para Coixet), Bier no tiene por qué disimular más. De hecho, parece encantada con esta historia de amor y redención, tan dura en apariencia como relamida en su interior.
COSAS QUE PERDIMOS CON EL FUEGO
Dirección: Susanne Bier.
Intérpretes: Halle Berry, Benicio
del Toro, David Duchovny,
Alison Lohman.
Género: drama. EE UU, 2008.
Duración: 120 minutos.
Una historia tan dura en apariencia como relamida en su interior
Pese a todo, no es un filme malo; es un producto de escuadra y cartabón
En su nueva obra, la directora danesa sigue fiel a sus primerísimos planos, cerca de lo excesivo, de lo impudoroso, y a cierta afectación en la puesta en escena. Sin embargo, en un producto como el presente, todo parece tener más sentido. Cosas que perdimos en el fuego está dirigida a un tipo de público al que los modos e intenciones de Bier le pueden parecer maravillosos (y la elección de la palabra no es casual).
Una historia sobre la muerte, sobre la droga, sobre la paternidad, sobre el dolor, en la que predomina lo bello sobre lo sublime. Como diría Immanuel Kant, "lo sublime conmueve, lo bello encanta". Y Cosas que perdimos... está dispuesta para el encantamiento con sus pequeñas historias de redención y culpa, con ese padre más cercano a la santidad que al sentido común, con ese heroinómano que, incluso en el hoyo, tiene un traje en el armario por si hay que ir de entierro.
A pesar de todo, no hablamos de una mala película; estamos ante un producto de escuadra y cartabón, poseedor de algunos muy buenos diálogos, que se ve con soltura. Un producto, eso sí, que no admite que se indague en su interior, porque entonces se llega a la conclusión de que se trata de puro envoltorio de lujo, incluido ese guión deconstruido, hoy tan de moda (a lo Arriaga e Iñárritu), que sólo pretende ser más trascendente de lo que en realidad es.

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