La otra cara de la historia

"Mientras en el Liceu empezaba el segundo acto del Guillermo Tell de Rossini, un señor que estaba sentado en el gallinero fusionó las dos grandes aficiones italianas de Barcelona: la ópera y la bomba Orsini", escribía Guillem Martínez en una de las páginas de su brillante Barcelona rebelde, recorrido psico-geográfico a través de la memoria revolucionaria de una ciudad que, oficialmente, ha preferido conservar su otra memoria: la burguesa. Como señala el propio Martínez un poco más adelante: "La bomba del Liceu es en Barcelona un gran hito. Lo que orienta en la idea de que la memoria cotidiana que nos ha llegado de esta época es la de los chicos de la platea del Liceu".

Martínez es una de las muchas voces convocadas por Carles Balagué para desmenuzar ese trauma colectivo del que rara vez se suele escuchar la cara B. Y, precisamente, la cara B de una ciudad sin problemas de autoestima, pero con no pocos esqueletos en el armario, es lo que vuelve a centrar la atención del cineasta que ya había explorado las aguas turbulentas de la historia de la ciudad en La casita blanca. La ciudad oculta (2002). Si, en ese trabajo, las interferencias de ficción podían resultar chirriantes, aquí Balagué sugiere un malintencionado subtexto para la compleja historia que construyen los valiosos testimonios de Eduardo Mendoza, Francisco González Ledesma o Lluís Permanyer, entre otros: la cámara se pasea viscontinianamente por los suntuosos espacios de la catedral operística, dejando claro que ese atentado fue, precisamente, aquello que tuvo que cambiar para que todo siguiera igual.