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Columna
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¿Qué es el cine?: 'El apartamento'

Carlos Boyero

Me llevo un sobresalto al ver en estado somnoliento imágenes de El apartamento en un informativo de televisión. La primera impresión al ver algo tan desterrado en la televisión actual como el blanco y negro es que huele a necrológica. Me pongo nervioso y no encuentro el mando a distancia para que el sonido me aclare qué ha ocurrido. Recuerdo que la única superviviente entre la gente que creó esa obra maestra es Shirley MacLaine y que aunque siempre figurará en tu retina con la juventud, la mirada y la sonrisa de la ascensorista Fran Kubelik, es ya una mujer cercana a los 80 años. Afortunadamente, no la ha palmado nadie. Esas imágenes se limitan a conmemorar que hace cincuenta años nació una criatura perfecta y con luz inextinguible llamada El apartamento.

Es el retrato más duro y compasivo que se ha hecho de un trepa patético
Wilder habla con un lenguaje inmejorable de las relaciones de poder

Así como una parroquia con principios irrenunciables y fidelidad extrema hace su gozoso recorrido en Dublín todos los años y en la misma fecha por los lugares en los que está ambientada su Biblia, rememorando a Leopold Bloom, los que estaremos enamorados mientras que haya luz de la tragicomedia más sublime que ha parido el cine tenemos derecho a revisitarla cuando nos plazca gracias al DVD. En momentos de desánimo o en momentos de alegría, como ritual o pactando una feliz tregua de dos horas con el aburrimiento, descubriéndosela a los que imperdonablemente no la conocían o recobrando idénticas y maravillosas sensaciones aunque nos la sepamos de memoria.

Es el retrato más penetrante, duro y compasivo que se ha hecho nunca de un trepa patético e indigno al que un amor no correspondido transforma en un hombre digno, capaz de despreciar su escalera hacia el éxito si éste le exige el envilecimiento moral. Billy Wilder nos habla con lenguaje inmejorable de las eternas relaciones de poder, de un degradado y astuto ratón que presta su casa para los juegos sexuales de los gatos con la esperanza de que éstos le devuelvan el favor admitiéndole en su gremio, de cómo un Robinson Crusoe urbano puede recobrar la esperanza de huir de la soledad al descubrir unas milagrosas huellas en el asfalto, del permanente desencuentro entre lo que se anhela y lo que conviene, del cochambroso esfuerzo que exige al desclasado astuto trepar a la montaña y la facilidad para que el poder le despeñe si en nombre de su honor se rebela contra la sumisión, de los seres genética y vocacionalmente adorables que solo pueden enamorarse de la persona equivocada, de cómo preparar unos espaguetis con la ayuda surrealista de una raqueta de tenis al ser amado para aliviarle la depresión por habeer intentado suicidarse al comprobar que los reyes follan con sus enamorados vasallos pero no se casan con ellos, de la lacerante convivencia de miseria y grandeza, claudicación y rebeldía , resignación y sueños en algo tan complejo como la naturaleza humana, del dilema entre lo que aconseja el cerebro y lo que dicta el corazón. La épica que empapa al brioso aspirante a ejecutivo C. C. Baxter, entregando la llave que le permitía el acceso al lavabo de los directivos, a cambio de que el gran jefe no siga degradándole, tiene una grandeza a la altura de Homero.

No conozco ningún final tan emocionante (incluidos los de ese poeta del fracaso llamado John Ford) como el de la señorita Kubelik abandonando su inútil amor para entrar en el apartamento del eterno náufrago que pagó un precio muy caro por su redención, pidiéndole al comprensiblemente embobado que siga jugando a las cartas, que ya veremos lo que pasa. No conozco ninguna película tan romántica, realista, soñadora, triste, mordaz, sensata, cabrona y bonita como esta.

Consulto fechas y descubro que Psicosis, esa genialidad sobre la incertidumbre y el horror, fue parida el mismo año que El apartamento. Mi idea más perfecta de la felicidad es ver este programa doble en un desaparecido cine de barrio, en una tarde de invierno, compartiendolo con la persona amada. Pero tambien sería impagable en soledad. El gran cine la espanta. Es una droga irremplazable. Y no deja resaca.

Jack Lemmon y Shirley MacLaine, en la inolvidable secuencia de los espaguetis de la película <i>El apartamento</i><b>, de Billy Wilder.</b>
Dibujo preparatorio para los decorados de <i>El apartamento</i>.
Jack Lemmon y Shirley MacLaine, en la inolvidable secuencia de los espaguetis de la película El apartamento, de Billy Wilder. Dibujo preparatorio para los decorados de El apartamento.
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