La cocina del infierno

A pesar de estar directamente relacionada con la comida, la palabra estómago suele estar más condicionada por la problemática de las posteriores digestiones que por las delicias culinarias previas al ejercicio del órgano en cuestión. Por eso el término se ajusta de forma tan perfecta a las interioridades de esta película. Estómago, debut en el largometraje del brasileño Marcos Jorge, pretende provocar una indigestión en toda regla, basándose en la ascensión social de un joven de pocas luces pero innegable talento para manejarse entre las cuatro esquinas de una cocina, desde la más moderna y equipada hasta la más cochambrosa.
Cuenta su guionista y director que la raíz de la película estaba en un cuento previo que narraba el sorprendente prestigio social que adquiría un preso al cocinar cada día para sus compañeros de celda, pero que pronto cayeron en la cuenta de que ahí sólo había material para, como mucho, un corto. De modo que la historia se amplió con el relato en paralelo de las tribulaciones del joven en el exterior de la prisión. Sin embargo, y a pesar de que uno de los puntos fuertes de Estómago es que hasta bien avanzado el metraje nunca se sabe si la libertad del preso es anterior o posterior a su vivencia entre rejas, el problema es que ninguna de las dos vertientes del relato tiene la suficiente potencia dramática, el suficiente interés como para enganchar con contundencia al espectador. De hecho, más que la amplificación de una historia, lo que necesitaba Estómago era haber convertido en algo más complejos a sus insustanciales personajes principales: un lelo que acaba explotando física y mentalmente una mala noche, y una prostituta eternamente hambrienta, de la que nunca se sabe qué demonios busca en su inverosímil relación con el protagonista (aparte de unos buenos cocidos).
ESTÓMAGO
Dirección: Marcos Jorge.
Intérpretes: João Miguel, Fabiula Nascimiento, Carlos Briani, Babu Santana, Paulo Miklos, Jean Pierre Noher.
Género: comedia. Brasil, 2007.
Duración: 112 minutos.
Tiranía gastronómica
Avalada por los cuatro galardones obtenidos en la pasada Seminci de Valladolid, entre ellos la Espiga de Oro (lo que quizá diga mucho más del estado de letargo en el que se encuentra el festival desde hace unos años que de la calidad intrínseca de la película), y mucho más cercana de la lujuriosa sexualidad, de la repulsiva capacidad para experimentar con la comida de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (Peter Greenaway, 1989), que de los amanerados juegos amorosos de Como agua para chocolate (Alfonso Arau, 1992), la película se deleita en las obsesivas preparaciones de los supuestos manjares de su protagonista, pero casi en ningún momento parece querer hurgar en ninguna de las tramas paralelas que la acompañan, caso de la corrupción carcelaria o el neoesclavismo laboral. Temas que quedan apuntados de forma leve, pero que poco a poco quedan engullidos por la tiranía de la gastronomía.
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