Como la enfermedad
M. TORREIRO
Una mirada superficial o distraída (si eso fuera posible en un filme tan magnético y atractivo como éste) sobre Una historia de violencia podría sugerir que se trata de la película menos cronenbergiana de su autor. Porque si el adjetivo tiene algún sentido, que lo tiene (es Cronenberg uno de esos cineastas en los que la adscripción genérica, en los terrenos del fantástico, se da la mano con una impecable trayectoria autoral), se suele referir a experiencias en los límites, a terrenos poco explorados, a un universo entre mórbido y desasosegante que es aquel en el que nuestro hombre se mueve más a gusto.
Y, sin embargo, el filme habla de una experiencia que, tratada en los términos realistas en que ésta lo está, no es menos terminal que otros títulos suyos: porque si de algo habla este filme modélicamente narrado, contenido hasta el más ligero matiz, es de la violencia como enfermedad, de lo que ocurre cuando ésta estalla: como contaran tantas películas americanas desde el periodo clásico hasta Clint Eastwood en una de sus obras maestras, Sin perdón, se habla de segundas oportunidades, que en realidad no son más que el regreso pesadillesco del pasado, de lo enterrado bajo la capa siempre frágil de la cotidianidad.
UNA HISTORIA DE VIOLENCIA
Dirección: David Cronenberg. Intérpretes: Viggo Mortensen, Maria Bello, Ed Harris, William Hurt, Ashton Holmes. Género: drama criminal. EE UU, 2005. Duración: 96 minutos.
Así, la peripecia del personaje que encarna un Viggo Mortensen que jamás ha estado mejor es la de un hombre común al que asalta la violencia y que, casi sin proponérselo, acude a su llamada. Y de cómo aquélla se erige en centro de la vida de él, y de los suyos: que su hijo, que se ha negado a enfrentarse con el gallito del instituto, le propine de pronto una soberana paliza es todo menos casual.
Pero de lo que también habla el filme es de otro de esos temas que se hacen pesadamente presentes en el cine contemporáneo, y sobre el que el propio Cronenberg ha escrito brillantes páginas, de Inseparables a M. Butterfly: el tema de la identidad, el saber en verdad no ya lo que se esconde en cada uno (que también), sino, más sucintamente, quién es el que de verdad dice ser.
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