Una extraña santidad

En la primera exposición sobre arte naïf inaugurada en París en 1928, las obras del aduanero Henri Rousseau fueron mostradas al público junto a los trabajos del florista y cartógrafo André Bauchant, el pluriempleado Camille Bombois, el funcionario Louis Vivin y una mujer de la limpieza de la ciudad de Senlis que respondía al nombre de Séraphine Louis, en cuyas composiciones florales parecía palpitar algo indefinible, enigmático y sobrecogedor. El coleccionista de arte Wilhelm Uhde, alguien dotado del suficiente olfato como para ser uno de los primeros en atesorar pinturas cubistas de Picasso o Braque, fue uno de los impulsores de la muestra. En Séraphine, heterodoxo biopic alrededor de la figura de Séraphine Louis distinguido con siete Césares -entre ellos, los premios a mejor película, actriz y guión-, Martin Provost intenta desentrañar la naturaleza del enigma que se intuía en la obra de esta artista casual, silvestre y mística y, también, explorar la compleja relación que la unió con su descubridor, Wilhelm Uhde.

Séraphine contaba con un material de partida afín a desembocar en resultados altamente disuasorios: por decirlo en palabras de Dave Eggers, una historia conmovedora, asombrosa y genial... alrededor de un personaje marcado por la disfuncionalidad. Por fortuna, tanto Provost como su actriz, la portentosa Yolande Moreau, no toman precisamente el camino más fácil. Séraphine adopta la paradójica forma de una colección de cuadros académicos -o sea, anti-Séraphine- ordenados por la intuición visionaria de un artista näif -o de un moderno primitivo, como preferiría Uhde-. Provost cuenta su historia con una narrativa elíptica, fracturada, que, suavemente, convierte Séraphine en la arrebatadora disección de una extraña forma de santidad y los insondables abismos que la circundan.

'Seraphine'