La lógica de la insensatez
Es Punch-drunk love una comedia dura, no fácil de ver, que rompe esquemas y al menor descuido nos puede coger con el pie cambiado y echarnos de la sala por sobredosis de aburrimiento.
Pero igualmente Punch-drunk love puede al menor descuido enganchar y poner en vilo el ánimo del espectador desprevenido y llevárselo, con un par de zarpazos de talento, al huerto. Porque la capacidad de seducción de su escritor y director, Paul Thomas Anderson, vuelve a brotar de ella y muestra que este joven y superdotado cineasta es dueño de una mirada hecha, adulta, sagaz, sabia, sumamente original y sin equivalente en el cine actual. Y de ahí que le haya salido a Anderson una nueva película incatalogable, tierna y sin embargo oscura y áspera; extraña e intrincada, pero a ratos fascinante.
PUNCH-DRUNK LOVE (EMBRIAGADO DE AMOR)
Direción y guión: Paul Thomas Anderson. Intérpretes: Adam Sandler, Emily Watson, Philip Seymour Hoffman, Luis Guzmán. Género: comedia. Estados Unidos, 2002. Duración: 97 minutos.
Es Punch-drunk love una obra en la que abundan las rarezas y las singularidades, sobre todo en el despliegue formal de las escenas y en la estrategia narrativa, que contiene destellos de cine libre y rompedor, pero cuya gracia y fuerza de ruptura es paradójicamente deudora de antiguas e imperecederas formas de la comicidad cinematográfica primordial, desde ecos de fogonazos devastadores del dúo Laurel y Hardy hasta las sublimes y retorcidas identidades de tan formidables individuos como Buster Keaton y Harry Langdon, que están agazapados detrás de la mirada de Anderson, aunque su comicidad se mueva y circule por otros, muy distintos, cauces.
Punch-drunk love es una película dura de ver y de roer, pues no da tregua a la capacidad de desconcierto y provoca muchas perplejidades. Discurre sobre personajes, sucesos y situaciones oscuros e incluso inexplicables, fuera de norma, cuya cotidianidad se alimenta del absurdo y que, por esto, no se dejan descifrar, ni en realidad lo buscan, ni lo necesitan, pues son fantoches que se mueven en el borde de la abstracción y es imposible concretarlos, darles piel e identidad de gente reconocible. Sigue, como dije, Punch-drunk love tradiciones de la que llamaron comedia loca en el Hollywood fundacional y traduce a cine evolucionado algunos hilos sueltos, abandonados, del cine primitivo, que todavía se muestran fértiles y dan lugar a instantes de humor negro y a veces hermético y violento, que no recuerdan a sombras de ninguna otra película. Nos sumerge Paul Thomas Anderson en un humor oscuro y frío, afilado y penetrante, que cristaliza en gags y escenas locas y desoladas, muy bien trazadas e interpretadas por Emily Watson y Adam Samler, gente que posee auténtica, y auténticamente explosiva, locura cómica dentro, y que aquí la suelta.
Se estrenó Punch-drunk love en el último Festival de Cannes y con ella ganó Paul Thomas Anderson el premio a la mejor dirección, lo que permite a este cineasta estadounidense alargar la onda expansiva creada por el estallido en el Festival de Berlín, hace unos años, de su generosa y colosal Magnolia, una película inmensa e incatalogable donde las haya. Y la sombra de esta gran parábola arroja luz sobre la magnífica pequeñez de Punch-drunk love y arranca, sin que sea fácil ver cómo lo logra, sorprendentes jirones de lógica de su insensatez.