En el mal lugar
"Cuando llegamos a casa y echamos la llave a la puerta, nos gusta pensar que estamos dejando fuera los problemas. La buena historia de horror acerca del Mal Lugar nos susurra que no estamos dejando fuera el mundo, sino que nos estamos encerrando... con ellos", escribía Stephen King en su análisis del arquetipo de la casa encantada incluido en su brillante ensayo Danza macabra. Detrás de las paredes, inesperada incursión de Jim Sheridan en el cine de terror, parece enmarcarse claramente en el subgénero, pero el resultado llega a la cartelera marcado por otro tipo de maldición: la del rodaje infernal, condicionado por una sostenida tensión entre el director y su productor. Daniel Craig y Rachel Weisz, insatisfechos con el resultado, han tomado la decisión de no participar en la promoción de la película, y Jim Sheridan ha querido (aunque no ha podido) retirar su nombre de la misma. Ante semejante panorama, parece que a la crítica no le quede otro papel que confirmar el balance de daños y mandar la película, de un plumazo, al limbo de proyectos problemáticos que jamás encontrarán posible defensa. Quizá sea más interesante detectar, entre las ruinas, la película -no necesariamente notable, pero tampoco desastrosa- que Detrás de las paredes podría haber sido.
DETRÁS DE LAS PAREDES
Dirección: Jim Sheridan.
Intérpretes: Daniel Craig, Rachel Weisz, Naomi Watts, Elias Koteas, Marton Csokas.
Género: terror. EE UU, 2011.
Duración: 92 minutos.
Tras un arranque que sigue, punto por punto, las pautas de la ficción arquetípica del Mal Lugar -una familia se muda a una casa, cuyo turbio historial se filtra en el presente-, Detrás de las paredes cambia radicalmente su piel en un giro de guion que el tráiler promocional ni siquiera se ha abstenido de omitir. Es tras ese violento salto narrativo donde la película de Sheridan concentra sus momentos más interesantes: la interpretación de Daniel Craig y el cambio de tono, apoyado en la realización de Sheridan, permiten intuir esa película posible -una pesadilla subjetiva- que el tercer acto, con su encadenado de frustrantes revelaciones, malogra definitivamente. En suma, uno de esos casos en los que bien podría decirse que la película ha encontrado a su peor enemigo -a su más convincente encarnación del Mal- en el productor que ha saboteado su propio producto.
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