La noche inhóspita
En 1964, tuvo lugar en un hotel neoyorquino un encuentro improbable: Samuel Beckett visitaba a Buster Keaton para definir los términos de su participación en Film proyecto cinematográfico del escritor. Keaton estaba viendo un partido de béisbol y no mostró mucho interés en ser hospitalario. Quizá el desencuentro era la única combinación posible entre Beckett y Keaton, pero el resultado pervive en Film, donde los ecos del cine cómico mudo anuncian los laberintos subjetivos de David Lynch. En su segundo largo, Javier Rebollo hace con Carmen Machi algo parecido a lo que Beckett hizo con Keaton. La actriz -de registros expansivos- puede haberse sentido como el huevo que pasa a formar parte de la lógica sustractiva de una tortilla deconstruida, pero el resultado provoca más fascinación que desconcierto.
LA MUJER SIN PIANO
Dirección: Javier Rebollo. Intérpretes: Carmen Machi, Jan Budar, Pep Ricart.
Género: drama.
España, 2009.
Duración: 95 minutos.
Podría ser la historia de una mujer que se transfigura en otra La película se resiste a ser reducida a palabras; es un cine purísimo
En Film se contaba la historia de un individuo que huía de la mirada del otro para acabar descubriendo que nadie puede escapar de sí mismo, del infierno de la autopercepción. La mujer sin piano podría ser la historia de una mujer que se transfigura en otra, durante una noche oscura del alma, para acabar volviendo a sí misma. O no, porque hay viajes que no admiten la posibilidad del reingreso.
Es muy difícil hablar de La mujer sin piano y eso, que podría ser toda una contrariedad para la crítica, es una excelente noticia para el cinéfilo receptivo a desafíos: la película se resiste a ser reducida a palabras, porque es un trabajo que nunca se aparta de la especificidad de su medio. Un cine purísimo, que se explica a la perfección en su abrupta manera de dejar inconcluso su enigma.
"Y no acaba esta noche. Debería / llegar en este instante el fin del mundo", escribía J. M. Fonollosa en la estrofa final de East 47th Street. La noche de La mujer sin piano es, en cierto sentido, como la de ese poema. Una noche severa y enigmática, con notas de slapstick desecado, donde el motor del movimiento es irrelevante: el sentido y el espectáculo están en la tensión -y el misterio- de ese movimiento.
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