Un paraíso sin padres

Mientras una parte del cine infantil se empeña en seguir la exitosa estela de Harry Potter y El señor de los anillos con innumerables productos sacados del mismo molde, con la magia, los nuevos mundos y cierto barroquismo formal como señas de identidad, otra parte huye de tal esquema con películas que al menos buscan una identidad propia. Como Los niños de Timpelbach, estimable producción francesa basada en una novela de Henry Winterfield, de evidentes paralelismos con, nada menos, que El señor de las moscas, de William Golding.

A través de una incorrección política a prueba de bombas, la película cuenta el mal medido castigo de todos los padres de un pequeño pueblo, que deciden abandonar a sus hijos durante un tiempo para que escarmienten sobre su mal comportamiento. El resultado es un microcosmos sin padres y una nueva sociedad infantil dividida en dos grupos: uno que crea una especie de economía sostenible con la que aguantar hasta el regreso paterno, y otro que decide vivir la vida en la taberna del pueblo comportándose como sus, en general, patanes progenitores. El choque que un crío de entre 10 y 15 años puede sufrir viendo un producto tan alejado del buenismo social que nos invade aún está por dilucidar, pero lo que está claro es que historias tan fuera de norma como ésta son las que quedan en la memoria del espectador, tenga la edad que tenga.