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Crítica:ESTRENOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las peras del olmo

Hay ambición, ganas de volar alto, en esta curiosa, atrevida, casi temeraria Valentín, que Juan Luis Iborra -tirando del hilo de su propia adaptación al teatro hecha hace alrededor de veinte años- ha arrancado, tomándose muchas libertades, de la novela, o lo que fuera aquel hermoso libro, de Juan Gil-Albert, que a su vez, y con no menos libertades, lo arrancó del Otelo de William Shakespeare. Pero esa ambición se arruga en decepción. Y no logra Valentín abrirse camino a las alturas que busca.

El esquema de drama que sostiene a Valentín contiene algunas ráfagas de poderosas palabras del poeta, pero está lejos de ser un guión de Shakespeare, de quien dijo Orson Welles, y sabía de qué hablaba, que es el mejor guionista de cine de que hay noticia. Es Valentín un drama hilvanado y primerizo, cuyo armazón formal, construido con la materia de los castillos de naipes, gira alrededor de unas guindas, o ecos, de Otelo y de otros prodigios de elevación trágica o irónica. De ahí que lo que vemos en pantalla sea una especie de mayonesa cortada, en la que los elementos que quiere conjugar Juan Luis Iborra no logran nunca fundirse en un solo lenguaje.

VALENTÍN

Dirección y guión: Juan Luis Iborra. Intérpretes: Lluís Homar, Iñaki Font, Elisa Matilla, Lola Cardona, Alberto San Juan, Mercè Pons, Armando del Río, Miquel García Bordas. Género: drama. España, 2003. Duración: 110 minutos.

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'Valentín' retrata las pasiones y odios de una compañía teatral

Debido a esto, y por solventes que sean, resulta fatalmente vano el esfuerzo de los intérpretes por hacer suyo, y por ello nuestro, lo que dicen y hacen, ya que han de saltar -en un itinerario dramático quebrado, lleno de altibajos y sumamente impreciso- de tacadas verbales de alta alquimia poética a muy convencionales juegos de réplicas propias de un drama naturalista común y corriente. Y ni Lluís Homar, que deja ver chispas de alto voltaje emocional en su estallido oteliano final, ni el resto del reparto -donde Alberto San Juan va por libre y da gracia a un pícaro telonero shakespeariano- consiguen que el olmo dé peras.

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