La tolerancia y el chiste
En una escena de Que se mueran los feos, segundo largometraje de Nacho G. Velilla, el chulesco guaperas de pueblo que interpreta Hugo Silva le espeta a una homosexual: "¿Sabes que han descubierto que el lesbianismo lo provoca una enzima?". "¿Una enzima?", le responde ella. "¡Sí, una encima de la otra!", mientras hace con los dedos el gesto de doble tijera enlazada con el que se dibuja el acto sexual lésbico. Entonces surge una pregunta: ¿este chiste pretende dibujar el personaje de un patán? ¿O al mismo tiempo que se describe un rol, también quiere provocar la carcajada en una parte del público, igualmente palurda? La respuesta sería la primera si estuviésemos ante la única señal de trazo grueso de una película que, de todos modos, mejora un tanto el debut en el cine de Velilla, aquella chusca puesta al día de la condición homosexual en la España de hoy titulada Fuera de carta. Pero habrá que quedarse con la segunda opción, pues diálogos de tal corte no faltan en esta comedia costumbrista sobre la fealdad física y la soledad, en la que sus mejores momentos surgen precisamente cuando el toque melodramático y sus estupendos actores (Javier Cámara, como capitán) acuden al rescate.
QUE SE MUERAN LOS FEOS
Dirección: Nacho G. Velilla. Intérpretes: Javier Cámara, Carmen Machi, Hugo Silva, Ingrid Rubio.
Género: comedia. España, 2010. Duración: 110 minutos.
Mejor rodada que Fuera de carta, pero con atroces detalles de puesta en escena (los subrayados de los rostros de los extras en la escena inicial de la cita a ciegas), la película escoge el mismo método cómico que su predecesora: se pasa todo el rato haciendo chistes sobre los feos (allí sobre maricones; el chiste homosexual no existe), para luego intentar redimirse con una moraleja sobre la belleza interior y la tolerancia. Aun a costa de que tal redención, sobre todo las de los personajes masculinos, machistas de terruño, se produzca cuando algunos de ellos han conseguido lograr sus objetivos. Que se mueran los feos, ambientada en un precioso pueblo aragonés, va de moderna pero es tan rancia como cualquier comedia costumbrista del landismo de los setenta. Eso sí, como aquéllas, y también como Fuera de carta, será un éxito. Una parte del público, el de ahora y el de antes, demanda este tipo de humor. Y ahí también reside la tolerancia: en respetar que cierta gente se ría con sandeces.