A 24 recuerdos por segundo
En su faceta como guionista, el autor mantuvo el compromiso con la memoria
La docena de guiones que Jorge Semprún escribió para el cine -además de un par de series para televisión- se concentran entre 1966 y 1997, en paralelo al grueso de su producción novelística, y se sustentan sobre tres nombres propios: Alain Resnais, Costa-Gavras e Yves Boisset. Detrás de estos grandes cineastas palpitan otros tantos pilares comunes a Semprún: la memoria, la historia y el compromiso político.
La primera incursión cinematográfica del autor de la Autobiografía de Federico Sánchez fue La guerra ha terminado (1966), un anticipado retrato en celuloide del militante comunista desencantado de las directrices del partido. Semprún volvería a colaborar con Resnais en Stavisky... (1974), un retrato de la crisis política francesa de los años treinta, e Yves Montand, protagonista del primero de estos filmes, también repetiría como álter ego de Semprún en Las rutas del sur (1978), una suerte de secuela que refleja el regreso a una España posfranquista.
El guionista había frecuentado al actor en las reuniones que Montand y Simone Signoret celebraban los fines de semana en la localidad normanda de Autheuil-sur-Eure y allí apareció Costa-Gavras. De ese triángulo nacieron Z (1969) y La confesión (1970), sendos ajustes de cuentas con la dictadura griega de los coroneles y las purgas del estalinismo en Checoslovaquia. A ese díptico se añadiría, en este caso sin Montand, Sección especial (1975), una denuncia del vergonzoso colaboracionismo del Gobierno de Vichy con la ocupación nazi. "¿Por qué singular aberración una de las páginas más trágicas de nuestra historia adquiere en la pantalla una involuntaria comicidad?", escribió un airado crítico comunista a propósito de lo que consideraba la descarada intromisión de un cineasta griego y un guionista español en asuntos internos de la historia francesa. Los héroes de Semprún son siempre incómodos y heterodoxos, y él mismo, ciudadano del mundo y extranjero en sus países de origen y de adopción, los ha multiplicado a través de las llagas abiertas del antisemitismo de El caso Dreyfus (1994) o del secuestro del opositor marroquí Ben Barka en El atentado (1972), ambos dirigidos por Yves Boisset.
Protagonista de una biografía que podría dar lugar no a una sino a varias películas -la infancia en el Madrid republicano, la resistencia contra el nazismo, Buchenwald, las incursiones clandestinas en la España franquista o la disidencia comunista- que pusieran imágenes a su obra literaria, Semprún había iniciado sus vinculaciones con el cine mucho antes de ser guionista. A partir de 1953, el campamento base de sus viajes clandestinos a Madrid para agitar a los intelectuales en contra del franquismo fue el hogar de Ricardo Muñoz Suay. Fue allí donde se nutría de su deslumbrante biblioteca, donde su hija Berta lo rebautizó como Pajarito, y donde su anfitrión le contagió del virus del cine hasta el punto que publicó una crítica de la berlanguiana Novio a la vista (1954) en la revista Objetivo, firmada como Federico S. Artigas, seudónimo de seudónimos, y tuteló el proceso de producción de Viridiana (1961), manzana de la discordia que, además de irritar al franquismo, provocó cismas en las filas comunistas.
La guerra ha terminado, su primer guion, escrito poco después de haber sido expulsado del PCE, contiene una lúcida premonición cuando un inspector de la policía francesa advierte a su protagonista: "La política es siempre complicada. Hay tipos que son clandestinos y un buen día los nombran ministros". La proposición de colaborar en el filme le había llegado de la mano de la que entonces era la esposa de Resnais, Florence Malraux, hija del novelista. Y el círculo se habría podido cerrar con el guion que, en los últimos años, barruntaba con Costa-Gavras para recrear el rodaje de L'Espoir bajo las bombas de la Guerra Civil, otro de sus temas predilectos. A él le dedicó su única incursión como realizador con un documental que, en la actualidad, las filmotecas francesa, española y catalana estamos intentando recuperar del olvido.Se titula Las dos memorias (1974) y, tratándose de Semprún, no podía ser de otro modo.
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