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LA FIESTA DE LA LECTURA

"McLuhan ha muerto y el libro vive", afirma el editor alemán occidental Unseld

"El libro, desde que existe, siempre estuvo acompañado por los gritos de Casandra, y mucho más desde la aparición de los medios audiovisuales. McLuhan había pronosticado para 1980 el fin del libro. McLuhan murió en 1980, su instituto en Toronto cerró y el libro sigue vivo", declaró a este periódico Siegfried Unseld, de 61 años, director de la editorial alemana occidental Suhrkamp y autor del libro El autor y su editor, que acaba de aparecer, traducido al español por Genoveva y Anton Dieterich

Casandra, hija de Príamo, recibió de Apolo el don de la profecía, pero con la maldición de que no sería creída. Unseld tampoco cree en la tantas veces anunciada muerte del libro ni en la tesis de que toda información puede liberarse del papel para pasar a los medios audiovisuales. "Hace medio año, nos presentaron el libro del futuro: una pequeña computadora con una pantalla y dos páginas. Incluía la palabra, la música y la imagen. Esa cosa se podía, además, leer en la cama. Medio año después, el fabricante de ordenadores Nixdorf dijo que todos los desarrollos seguidos hasta ahora están equivocados y nunca la información podrá separarse del papel. Nixdorf piensa sacar dentro de dos años un nuevo aparato que lleva incorporada una impresora, es decir, de nuevo, el papel".Unseld cree que hay que tener en cuenta todos los avances, "todo lo que sea conocimientos móviles; lo que cambia podrá ser elaborado más fácilmente por el nuevo medio, pero lo permanente, lo que queda, ¿por qué va a tener que llevarse a los nuevos medios? El libro es el medio más hermoso, el más palpable y el más manejable".

Con 17 años, Unseld participó en la guerra, y todavía intervino tres años hasta el final. Cree que las cosas ocurren en la vida por la conjunción de "un factor desencadenante y una serie de reacciones en cadena". El factor desencadenante de su carrera de editor fue la lectura de una obra de Hermann Hesse que despertó en él el deseo irreprimible de realizar un doctorado sobre el autor de El lobo estepario. Unseld publicó un ensayo que leyó Hesse y se estableció un contacto entre los dos. Después, Unseld quiso editar en una editorial propia una obra de Hesse, pero los derechos estaban en poder de Suhrkamp. Así surgió el contacto con Peter Suhrkarnp y su vinculación a la editorial desde 1952. A la muerte de Suhrkamp, en marzo de 1959, Unseld asumió la dirección. Desde entonces, la editorial vende cada mes, en alemán, entre 50.000 y 100.000 ejemplares de Hesse. Este éxito de Hesse ha sido la base sobre la que se expandió la editorial.

Las relaciones autor-editor llevan casi programado el conflicto. En opinión de Unseld, el editor no deberá ejercer el papel de mecenas, sino que deberá crear una base económica para que los autores puedan vivir con dignidad, "pero hay que decidir en cada caso". El editor explica que unos autores no pueden trabajar sin recibir un anticipo que les dé seguridad, mientras que otros no quieren de ninguna manera recibir dinero adelantado. Recuerda Unseld el caso del novelista Uwe Johnson cuando sufrió una crisis tras la entrega del tercer tomo de su tetralogía. "No podía escribir, sufrió una inhibición total y tardó 10 años en entregar la cuarta parte". Durante ese período, la editorial sostuvo económicamente a Johnson, que recibía mensualmente el equivalente al sueldo de un profesor de instituto. En esta ocasión, la inversión resultó rentable. Johnson tuvo éxito con su última obra y, tras su muerte, la editorial Suhrkamp recibió en herencia el patrimonio del autor.

En su evocación sobre el trabajo del editor, Unseld emociona el caso del poeta Rainer Maria Rilke, "que quería ser pobre, pero eso ha cambiado hoy día", dice Unseld, que en el fondo piensa que la creación literaria sale beneficiada cuando el autor no tiene plenamente satisfechas sus necesidades. Hoy, en la República Federal de Alemania, Unseld piensa que no llega a 50 el número de autores que puede vivir exclusivamente de los derechos de sus obras, pero la probabilidad de colaborar con trabajos en la radio y la televisión, más los premios literarios, mejora las posibilidades.

No tiene ninguna buena opinión Unseld sobre los métodos empleados en los países del este de Europa, donde los escritores son miembros de una academia y reciben un sueldo -"ahí están los resultados"-, y considera que el modelo no puede ser trasladado a Occidente, aunque se les asegurase a los autores la plena libertad.

El negocio editorial es, para Unseld, parte de una estructura capitalista, donde el libro "es una mercancía. Como decía Brecht, una mercancía sagrada", pero mercancía al fin, que tiene que afirmarse en un mercado. La contradicción entre el editor capitalista y el autor que presenta una obra contra los cimientos del mismo sistema lo ve Unseld como "un conflicto de papeles, que estalló con especial virulencia con ocasión de la revuelta estudiantil de 1968". Para Unseld, las cosas están muy claras, y el trabajo del editor no admite la cogestión: "Siempre hay alguien que tiene que decidir". En algunos casos, el editor se convierte en una especie de superego para los autores; surge el conflicto cuando el autor, en ocasiones, busca en el editor la culpa de un fracaso. Recuerda Unseld las reticencias despertadas por el éxito de la chilena Isabel Allende, que con su libro La casa de los espíritus, una traducción y una primera obra, llegó a ocupar el primer puesto en las listas de libros más vendidos.

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