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Reportaje:

Las reliquias de la heterodoxia

La abadía del Sacromonte, donde se robaron obras por valor de 300 millones, monumento a la superchería

La abadía es en la actualidad una ruina desolada en la cima del originariamente llamado monte Valparaíso, que, tras los portentos que en él ocurrieron, tomó el nombre de Sacromonte. Los tesoros que alberga son prácticamente desconocidos. A los códices árabes, firmados por Averroes o Maimónides, casi nadie ha tenido acceso. El museo, fundado en 1928, permanece cerrado desde hace varios años, mientras su sobria estructura renacentista se cuartea con el tiempo. La biblioteca, de 25.000 volúmenes, ha sufrido en varias ocasiones el expolio. No resulta difícil encontrar en algunas tiendas de libros de lance volúmenes con el sello de la abadía.El propio cabildo sacromontano, con el fin de recaudar fondos, puso a la venta, en 1974, grabados originales del siglo XVII a 700 pesetas la unidad... sólo para conseguir unos ingresos de alrededor de las 50.000 pesetas. En un negocio de antigüedades de la granadina Carrera del Darro se ha exhibido durante varios meses el escudo de piedra de la institución.

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Desde su fundación, por orden del arzobispo Pedro Castro de Vaca, hijo del gobernador de Perú, hasta principios de este siglo, la abadía ha sido centro de marginalidades, lugar de encuentro de todas las heterodoxias. El llamado Archivo Secreto de las Cuatro Llaves -sancta santórum del lugar- guarda como una memoria incomprendida los libros expulgados por la Inquisición.

El propio colegio del conjunto monumental lleva el nombre de un enigmático pensador, Dionisio Areopagita, del que no se poseen indicios de que existiera. Su filosofía entronca con el hermetismo, desviación de la escolástica por la magia, los juegos de la memoria y la apostasía.

La superchería que da inicio a la abadía es la siguiente: los moriscos inventaron la aparición de 12 mártires, inmolados bajo el reinado de Nerón, junto a unas láminas de plomo donde se hermanaban las religiones católica y mahometana. Pero el resultado no fue el apetecido. Las láminas fueron declaradas heréticas mientras los huesos de los mártires propiciaron milagros. Uno de los santos, Cecilio, es hoy el patrón de la ciudad.

Buscadores de tesoros

La protohistoria de la abadía se remonta a 1595, cuando dos aventureros, el granadino Francisco Fernández y el jienense Sebastián López, encontraron una lámina de plomo enrollada, grabada por un lado con buril en una caligrafía extraña. Hernández y López, armados con un recetario de tesoros, andaban hacía ya tres meses por aquellos parajes del Valparaíso escudriñando lascas, desenterrando pencas y triscando los yermos. Eran unos de los muchos atraídos por la leyenda de que allí había fortunas bajo tierra. Máxime cuando los moros que habitaban aquellas. laderas habían huido en desbandada acosados por las pragmáticas de Felipe II, y ahora, en su última rebelión, se hacían fuertes en la Alpujarra al mando de Aben Humeya.Tras este primer descubrimiento vinieron los siguientes. Más láminas de plomo, hasta completar 22 libros, más una costilla, canillas del brazo y de la pierna y diversas cenizas humanas. En seguida el Sacromonte se congregó de romeros y de cruces. En los libros había los bastantes resabios mahometanos para sospechar. Mientras las reliquias acuñaban milagros, comenzó el calvario de los libros plúmbeos, hasta que finalmente, en 1681, Inocencio IX los declaró ajenos al cristianismo. Entonces los moriscos ya habían sido expulsados.

Según diversos investigadores posteriores, entre los que se encuentra el profesor de la universidad de Granada Miguel Hagerty, se sospecha que los libros fueron escritos por el morisco Alonso del Castillo y su amigo Miguel de Luna. Este último no era la primera vez que empleaba la ficción histórica. En 1592 había publicado La verdadera historia del rey don Rodrigo, en la que exagera los avatares guerreros de moros y cristianos. Tanto Del Castillo como De Luna fueron los primeros estudiosos del descubrimiento, pero simularon no entender la caligrafía. Los libros de plomo, que se encuentran en los sótanos del Vaticano, fueron condenados inicialmente por la autoridad eclesiástica para ser fundidos y con vertidos en balas para los ejércitos del Papa.

Tras la publicación del Breve condenatorio, las opiniones del cabildo sacromontano debían mantenerse casi en secreto. La gran estratagema ideada por los moriscos caía vencida. Su índole fue pacífica. Mientras los moriscos en la Alpujarra desplegaban armas contra los que pretendían expulsarlos, otros -más discretos- buscaban la tolerancia a través de la aparición de los eslabones perdidos de la historia.

Sólo en la festividad de San Cecilio, el 1 de febrero, las trochas que conducen a la abadía se pueblan de personas. El resto del tiempo la abadía es un fantasma, como el propio Camino del Monte, lugar de zambras y cantes gitanos, venido a menos desde hace varios años, y en el que sólo perviven media docena de establecimientos para los turistas. Muy pocos son los granadinos que saben la historia de aquel entorno, casi tantos como los que no ignoran los secretos que existen entre los muros de la construcción.

Aunque hace una decena de años se podían visitar las catacumbas de los mártires, en la actualidad están cerradas a cal y canto, pues se teme que se desprendan techos y paredes. Sólo dos perros -el tercero desapareció hace unos días junto a las obras de arte- guardan los impresionantes tesoros. Entre ellos destacan cuadros de Gerard David, Sánchez Cotán, Juan Niño de Guevara, José Risueño y Alonso Cano. En la iglesia hay retablos labrados en 1743 por Duque Cornejo. Últimamente, la Junta de Andalucía ha invertido dos partidas de su presupuesto para la restauración de la abadía, que son insuficientes dado el estado del edificio.

La reparación total pasaría por la construcción de un nuevo vial de acceso. Ahora el Ayuntamiento de Granada espera la decisión definitiva que se tome sobre la ubicación de la universidad euro-árabe para defender su emplazamiento en la abadía sacromontana.

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