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Entrevista:José Manuel Blecua | Filólogo | La Real Academia Española recibe a un nuevo miembro

"América es lo más atractivo que tiene el español"

Pregunta. Nació en 1939, en Zaragoza. ¿Cómo recuerda su infancia?

Respuesta. Fue muy feliz. Eran los años de la posguerra, que fueron tristes, porque, claro, había muchas carencias y cosas que hoy son impensables, por ejemplo las restricciones de la luz; nosotros estudiábamos con unas lamparillas de esas de aceite de las iglesias, y había que ir a clase y volver andando, porque el tranvía no funcionaba. Y recuerdo bien lo de los cupones de ir a comprar la comida, aunque tuvieras dinero no había otra posibilidad... Mi padre siempre decía que nunca más volvería a comer boniatos. Pero, por otra parte, como los mayores estaban apurados y dedicados a sus cosas, los niños éramos muy felices, porque no se preocupaban de nosotros. Aquella Zaragoza de la posguerra, de las restricciones, de aquella pobreza enorme, con aquella presión ideológica que tan dura era para la gente mayor, era una ciudad pequeña y podíamos jugar en la calle... Para un niño como yo fueron años maravillosos. En casa, además, había muchos libros.

"Para un filólogo, la entrada en la Academia es un honor, es la culminación de una carrera"
"El 'Quijote' puede ser el camino de acceso a los clásicos, uno de los grandes problemas de la enseñanza"
"La idea de identificar lengua con nación es del romanticismo"
"La poesía no procede de cosas terrenas, no se adquiere con libros"
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P. No puede quejarse de sus maestros...

R. He tenido mucha suerte. Mi profesor de instituto fue mi padre, que hasta que no se quedó sordo del todo no hizo oposiciones a la universidad. En la facultad tuve a Francisco Indurain padre. Y, después, toda la generación que habían sido alumnos de mi padre, de Lázaro, de Monje, de Alvar, eran amigos de casa... Luego fui a Madrid y estudié con don Rafael Lapesa. Entonces mi padre ganó las oposiciones en Barcelona y me vine con él para que no estuviera solo. Acabé los estudios en la capital catalana y tuve la gran sorpresa de Martí de Riquer, que nos daba un montón de asignaturas, la literatura románica, la literatura catalana, la francesa medieval, pero sobre todo el Quijote. ¡Riquer me dio el curso del Quijote, imagínese el privilegio! ¡Y Paco Noy, que era un profesor magnífico, me enseñó literatura provenzal!

P. ¿Qué impresión le causó Barcelona en aquellos años?

R. Era encantadora, estaba el grupo de Carlos Barral, Jaime Gil, Gabriel Ferrater, el momento de la explosión de los grandes poetas jóvenes, en fin, para mí eran jóvenes, aunque eran algo mayores que yo. Luego ingresé como profesor en el instituto Menéndez Pelayo, hice oposiciones, gané la plaza y la compaginé con la enseñanza universitaria, daba un curso de lengua que me había dejado el profesor Antonio Comas... hasta el encierro en el convento de los Capuchinos, creo que fue en 1966. Yo no participé en aquella protesta conocida como la "capuchinada", pero a consecuencia de ella echaron a todos los amigos de la universidad, y yo me fui también, creyendo que ya no volvería a dar clase nunca en la universidad, hasta que cambiaran las circunstancias políticas; pero se fundó la Universidad Autónoma de Barcelona, que fue el refugio de todos los pecadores, donde sigo dando clases, y seguiré, si Dios quiere, hasta que me jubile, dentro de tres años.

P. Aunque ahora pronuncia el discurso de ingreso, fue elegido para formar parte de la Real Academia Española (RAE) hace tres años. ¿Le hizo ilusión?

R. Para un profesor, para un filólogo, la entrada en la Academia siempre es un honor, es la culminación de una carrera profesional. Otra cosa es para los escritores, los creadores, que tienen una trayectoria distinta, y entran mucho más jóvenes... Por ejemplo, Pere Gimferrer entró hace 15 años, como creador. También hay algunos filólogos que han entrado jóvenes, como Francisco Rico, pero son casos especiales.

P. ¿Qué trabajos viene usted realizando en la RAE?

R. Trabajo desde hace casi cuatro años en una parte de la gramática futura de la Academia. Por primera vez se prepara una gramática descriptiva, moderna, con criterios científicos y revolucionarios con respecto a lo que eran sus gramáticas normativas tradicionales. La dirige el profesor Ignacio Bosque, y a mí me han encargado dirigir el equipo que prepara los materiales de fonética y fonología.

P. Que son precisamente las materias que usted trató también en su conocida gramática, la que firmó con Alcina...

R. Exacto. Así que vuelvo a vivir mi juventud... Y esto me ha permitido volver a estudiar algo muy bonito, que es la enorme riqueza y variación que tiene la lengua española actualmente, sobre todo en América. Porque esta gramática incorpora todos los elementos americanos, y se hace además en colaboración con las academias americanas. Y es formidable contemplar de cerca la enorme capacidad que tiene América para mantener, por una parte, una fuerte tradición de elementos que se han perdido en la Península, construcciones gramaticales que piensas que por la extensión que tienen han de ser del siglo XVI, y, por otra parte, su capacidad de innovación: por ejemplo, en la formación de palabras. Esa doble fuerza de América le da un sello especial a la lengua. Basta con consultar los periódicos en Internet y esa riqueza fabulosa salta a la vista.

P. Para un hombre de su especialidad y profesión ha de ser emocionante descubrir esas variantes.

R. Es muy emocionante, e interesante, por ejemplo, ir a un pueblecito pequeño de Uruguay y encontrar a una persona que tiene unas características fonéticas que nunca habías imaginado. Hay una riqueza tan grande, y además las características de tipo social hacen que América quizá sea lo más atractivo que tiene la lengua española. En ese aspecto de incorporar los elementos americanos de una manera sistemática, la gramática va a ser revolucionaria. Porque España ha vivido un poco de espaldas a América. Y nosotros no llegamos a ser el 10% de hablantes...

P. Dirigió el Año Cervantes. ¿Cuántas veces ha leído el Quijote?

R. ¡Ah, muchas! Siendo profesor de instituto, no sé cuántas veces habré explicado los seis primeros capítulos... Me interesa mucho el capítulo sexto, el primero de la primera parte, el 19º de la segunda parte, cuando los protagonistas se encuentran con la literatura, la creación, la erudición. Esos saltos que hay entre realidad y ficción me interesan mucho... También lo avanzado de su mentalidad, por ejemplo ese protofeminismo suyo que se manifiesta en las mujeres marginadas como La Gitanilla, o, en el Quijote, el personaje de Marcela, que es la primera mujer en la historia de la literatura que dice: "Yo nací libre" y no quiere casarse con un señor...

P. En ese año se habrán impreso cientos de miles de copias del libro.

R. Millones. La edición de la Academia pasó hace tiempo del millón; la del Quijote a un euro de la Comunidad de Castilla-La Mancha estaba en 300.000 o 400.000.

P. ¿Cuántos de esos compradores lo habrán leído?

R. Quizá más de los que pensamos; por ejemplo, al concurso de la ONCE sobre cómo explicar un episodio del Quijote a un niño ciego se presentaron 511.000 niños... Esa campaña puede servir para algo muy importante: el Quijote puede ser el camino de acceso a los clásicos, que es uno de los grandes problemas que tiene actualmente la enseñanza secundaria. ¡Bueno, primero hay que habituar a los chicos a la lectura!

P. ¿Los clásicos del Siglo de Oro producen rechazo por los valores morales que postulan y que han quedado anacrónicos?

R. Mire usted, en Cervantes los valores de diálogo, respeto mutuo, solidaridad, son muy fuertes. En cuanto a Lope, El caballero de Olmedo no es difícil, La dama boba es una maravilla. Hay un Lope que está muy próximo a nosotros, dejando aparte los problemas que tienen que ver con la estructura de la sociedad. Lo que sucede es que la lengua está muy alejada de la actual. Y para leer un clásico las notas son imprescindibles.

P. ¿Cree que, como dicen ahora tantos, una lengua implica una visión del mundo y que, por tanto, la desaparición de una lengua es una tragedia?

R. Cada lengua estructura la realidad de una manera diferente, muchas veces por razones históricas, claro. Por ejemplo, el latín distingue dos tipos de blancos, según sea brillante o mate. Hay expresiones que son recuerdos de situaciones medievales o realidades culturales antiguas, pero no se trata de una visión del mundo, sino una historia de las personas que vivieron y que se refleja en la lengua. Esto se ve muy bien en las traducciones de la Biblia. Pero la lengua tiene un automatismo, no hay relación entre el sistema fónico y el semántico, y es que si hubiera relación no se podría construir una lengua natural, la gracia de una lengua natural es que veintitantos elementos se combinan para crear todos los mensajes posibles. Es una relación arbitraria. No, esas ideas que ahora están tan vivas en España de identificar una lengua con el espíritu de una nación, la cultura de una nación, proceden del romanticismo alemán.

P. Si interiorizo bien sus capítulos sobre fonética de la Gramática Española, ¿podré escribir algo que suene tan bien y tan musical como los versos del romancero?

R. La lírica tradicional, en general, no sólo el romancero, dentro de su simplicidad es eficacísima poéticamente. Pero no tiene nada que ver con la fonética. Desgraciadamente, sólo somos míseros descriptores de una realidad lingüística, lo otro ya entra dentro de... En las vidrieras de la Academia están representadas varias figuras simbólicas, y la poesía va vestida de azul y con las estrellitas en el manto, porque es hija de Urano, del Cielo, porque la poesía no procede de cosas terrenas, no se puede adquirir con libros. La inspiración es divina.

P. En uno de sus libros usa como epígrafe unas frases de Salinas, que, a propósito del refrán "hablando se entiende la gente", dice: "Cabe la esperanza de que cuando los hombres hablen mejor, mejor se sentirán en compañía, se entenderán más delicadamente".

R. Es un fragmento muy bonito. Creo en eso.

P. En el Atlas de literatura española que escribió cuando tenía veintipocos años, señaló un conjunto de rasgos característicos de la literatura española, entre ellos la tradicionalidad y los frutos tardíos de géneros o movimientos literarios agotados.

R. El mismo Quijote podría ser un fruto tardío. El romancero del 27, la canción tradicional en la generación de Lorca, sería un fruto tardío de la canción tradicional. Montesinos, que estaba muy en contacto con el grupo de la Residencia de Estudiantes, publicó la poesía lírica de Lope, la más cercana a la lírica tradicional, todo lo que funciona dentro de las comedias... Y eso impresionó muchísimo a la gente del 27, que dio un fruto tardío. El romancero de la Guerra Civil, tanto en el bando nacional como en el republicano, el Mono Azul, por ejemplo, está lleno de romances. Y el romancero funcionó exactamente igual que en las batallas del siglo XVI.

P. Menciona también como característica de nuestros clásicos "un cierto desinterés por la fama". ¿Por qué Quevedo, por ejemplo, publica los versos de fray Luis y no se preocupa de publicar los suyos?

R. Es curioso, ¿verdad? Aunque tampoco Góngora publicaba libros, y eso no impedía que todo el mundo conociera su obra de memoria y sus Soledades estuvieran comentadas verso a verso. Los manuscritos coexistieron con los libros durante el XVI, el XVII, hasta el XVIII. En cuanto a Quevedo, es un caso claro de relación personal con la poesía y de satisfacción personal en esa relación. Acaba de aparecer un libro, una poética latina de Aristóteles, traducida al latín por un famoso helenista del XVI, y en cuyos márgenes Quevedo iba anotando todo lo que le interesaba para su creación poética. Con Herrera sucedía algo parecido. Era un gran teórico de la literatura, y comenta a Garcilaso en 1580, en busca de una lengua poética distinta, selecta, alejada de los registros populares. Le dedica un libro en el que comenta verso a verso, explica cuáles son sus fuentes; en fin, el hombre era un maniático y no soportaba las erratas, de manera que cortaba las letras y pegaba encima las correctas.

José Manuel Blecua, en su casa de Barcelona.
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