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DESPIERTA Y LEE
Columna
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Antibárbaros

Fernando Savater

El otro día un periodista foráneo me preguntó: "¿qué cree usted que necesita hoy Europa?". Sin vacilar y supongo que cometiendo el pecado que más detesto, la pedantería, repuse: Erasmo. Fui un poco grotesco, pero sincero. De vez en cuando, pongamos que cada cincuenta años, es inevitable volver a sentir nostalgia del gran humanista. Uno de quienes le añoraron especialmente en un momento atroz de la atroz historia europea, Stefan Zweig, establece en el inolvidable ensayo biográfico que le dedicó (publicado en castellano por Paidós): "en efecto, de todos los escritores y autores occidentales, fue el primer europeo consciente, el primer combatiente pacifista, el defensor más elocuente del ideal humanitario, social y espiritual". Uno de los primeros escritos de Erasmo se titula Antibárbaros y ese rótulo podría encabezar sus obras completas: lo malo es que en nuestra época menesterosa de éxitos multitudinarios quizá ofenda a demasiados lectores potenciales...

¿Qué pensaría hoy Erasmo de la Europa que acepta horarios neoesclavistas?

Tradicionalmente el único libro de Erasmo que conocía el lector no erudito era su Elogio de la locura, del que existen numerosas ediciones. Equivale en su extensa obra a Cándido en la de Voltaire, para entendernos. Pero hoy tenemos en castellano versiones recientes y sin duda excelentes de otros escritos. Por ejemplo destacado, los Adagios del poder y de la guerra que, junto a la Teoría del adagio (esa anticipación lúcida y sabrosa de lo que luego fue "ensayo" con Montaigne) ha traducido con puntual elegancia Ramón Puig de la Bellacasa (Alianza Editorial). Y como importante refuerzo, los Escritos de crítica religiosa y política que ha traducido y anotado para la editorial Tecnos Miguel Ángel Granada, sin duda el más destacado especialista español del pensamiento renacentista, donde se incluye la despiadada sátira Julio II excluido del reino de los cielos, crítica magistral de un papado arrogante, enriquecido y envilecido (pese a sus notables mecenazgos artísticos) que pedía ya a gritos la reforma protestante. Menciono, para completar este repaso, la preciosa edición facsímil de otros dos escritos erasmianos notables -la Lengua y Sobre la mala vergüenza- que ha preparado con mimo la editora de la Junta Regional de Extremadura.

Claro y preciso en cuanto escribió, Erasmo tuvo compasión de los hombres -que le admiraron enormemente en toda Europa- pero su verdadera amistad fueron los libros. Se negó tenazmente a alinearse con los sectarios, fuesen los del papado o los de Lutero, y a veces su cautela excesiva impacienta un poco al lector de su biografía: es indudable que nunca derrochó coraje físico, probablemente porque no le apetecía terminar sus días como su amigo Tomás Moro. Indudablemente creyente, nunca subyuga sin embargo la razón a la fe sino más bien lo contrario: "cuando encuentres una verdad, dala por cristiana". Y su adagio contra la guerra -dulce bellum inexpertis- sigue siendo hoy de una elocuencia y una lucidez admirables. Oigámosle otra vez: "ya no está permitido a los cristianos combatir, excepto ese hermosísimo combate con los abominables enemigos de la Iglesia: el afán de dinero, la iracundia, la ambición, el miedo a la muerte". A esto sí que puede llamarse humanismo cristiano, no a privatizar hospitales o escuelas ni a bombardear a los infieles.

Por encima de todo, abogó por el sueño de una Europa unida en su cultura y en su misión civilizadora, de la que fueran extirpados esos nombres nacionales -inglés, alemán, francés, español...- que "estúpidamente" nos enfrentan. Incluso va más allá y dice en su Querela pacis que "el mundo entero es la patria de todos nosotros". ¿Qué pensaría hoy de la Europa cada vez más clausurada en sus excluyentes privilegios, que estruja a los inmigrantes mientras le son útiles y después les niega todo derecho, le encierra sin juicio o les expulsa a las tinieblas exteriores? ¿La que acepta horarios neoesclavistas por presión de los lobbies patronales? Regresan los bárbaros y echamos de menos a Erasmo.

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