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Reportaje:

'Apartheid' en el paraíso

Una antología de la poesía medieval recuerda una diversidad lingüística que coexistía con la segregación racial

Javier Rodríguez Marcos

"No es lo mismo tolerancia que convivencia". Lo dice Carlos Alvar, catedrático de Literatura Medieval y premio Nacional de Traducción en 1981. Junto al poeta Jenaro Talens, colega suyo en la Universidad de Ginebra, Alvar acaba de publicar Locus amoenus (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), una monumental antología de la poesía lírica que se escribió en la península Ibérica durante la Edad Media. Mil doscientas páginas bilingües para un océano de poemas en ocho lenguas: latín, árabe, hebreo, mozárabe, provenzal, galaico-portugués, castellano y catalán. El vasco quedó fuera porque su poesía escrita es posterior o, de existir, se ha perdido.

Una selección así, en la que el mismo tema aparece desarrollado por autores de diferentes tradiciones o en la que un mismo poeta escribe en dos lenguas distintas, ¿es una muestra de la diversidad cultural de ese territorio que terminaría siendo España? Alvar es claro: "Sí". ¿Y un ejemplo de convivencia? "No". ¿Qué hay entonces de aquel "lugar apacible", por traducir el título de la antología, en el que supuestamente convivían cristianos, árabes y judíos? "Los que profesaban una religión en un territorio dominado por otra sólo eran tolerados en unos límites que hoy nos parecerían inaceptables", explica el antólogo en su casa de Madrid. "Por ejemplo, tenían que vestir de forma distinta y no podían vivir en las mismas zonas. Hablamos de tolerancia porque, para lo que era la Edad Media, ya es bastante que no los mataran". No obstante, al tiempo que describe un apartheid en toda regla, Alvar matiza: cuando le toca pintar la época con brocha gorda presenta medio lleno el vaso de las tres culturas. "No seré yo quien destruya el mito si eso contribuye a la paz en el mundo", dice con ironía.

"El mito de la convivencia nace con Alfonso X", dice Carlos Alvar
Había poetas capaces de escribir una obra en cinco lenguas distintas

Más amigo aún de la verdad que de su adorado Medievo, este experto en el ciclo artúrico sitúa el origen del mito de la convivencia en la idea romántica que se tiene de la corte científica de Alfonso X el Sabio: "Allí se hicieron muchas traducciones pero no había una escuela de traductores. Se proyecta una idea de escuela con un árabe, un judío y un cristiano y no era así. En las propias Partidas de Alfonso X se prohíben los matrimonio mixtos". La intolerancia, además, no era exclusiva de los cristianos. En el siglo XII, los almohades lo arrasaron todo, incluida Córdoba, que tenía la mejor biblioteca de Europa, con medio millón de volúmenes.

Así pues, una antología como Locus amoenus, que recoge la obra de autores como Jorge Manrique, Gil Vicente, Ausiàs March, Ibn Suhayd o Don Denís de Portugal es fruto de una sociedad más promiscua en su cultura que en sus leyes. El propio rey sabio componía sus crónicas en castellano y sus poemas en galaico-portugués. Y en su corte había poetas "capaces incluso de hacer un poema en cinco lenguas distintas, con dos versos en cada una".

Y luego, o en primer lugar, estaba la música. La mayoría de los poemas medievales se compusieron para ser cantados. La letra venía después. ¿Dominaban cada idioma? Carlos Alvar responde con otra pregunta. "¿Cuánta gente que no sabe ni papa de inglés sabe hoy canciones en inglés?".

Con todo, la transfusión poética no era nada superficial. Muchos autores conocían bien las tradiciones vecinas. Así, el marqués de Santillana estaba al día de la poesía catalana y el judío Moshé Ibn Ezra escribió sus poemas en hebreo y el resto de su obra en árabe. Los judíos, de hecho, seguían el modelo marcado por los musulmanes. Cualquier judío culto conocía perfectamente el árabe, que tenía una mayor tradición literaria y filosófica. El hebreo se reservaba para la religión. "El antagonismo actual entre ambas culturas", apunta el profesor Alvar, "es resultado de la creación del Estado de Israel, antes no existía, todo lo contrario".

La música, además, contribuyó al uso político de la poesía. "Una melodía pegadiza era el vehículo perfecto para la burla y para crear opinión", dice Alvar. "Eso llega hasta nosotros. Durante la Guerra Civil, a una misma música cada bando le ponía una letra distinta". Por supuesto, la imitación mandaba sobre la expresión. La originalidad es un invento muy posterior. "Aunque si hay una tradición moderna de poesía impersonal, cercana a Lautréamont, es la del Cancionero", apunta Jenaro Talens. "El siglo XV es lo más parecido a nosotros".

El Occidente medieval, recuerdan los antólogos, formaba una unidad cultural. La idea de pertenecer a un reino determinado, "ese primer nacionalismo", es del siglo XVI. "En el siglo XII, en Islandia se leían traducidos los mismos libros que en Toledo, Florencia y Núremberg. Las universidades de toda Europa usaban los mismos textos".

Además, las lenguas no estaban tan definidas como ahora y cada autor escogía la que mejor le venía para expresar sus ideas. Eso sin olvidar que entre las lenguas románicas había una relación más fluida que hoy, en que, según Talens, "la política entra donde no toca". Por lo demás, Al Ándalus fue el modelo literario para toda la Península hasta el siglo X. "Luego", apunta el mismo, "se fue optando por el castellano como lengua más neutra: servía para evitar el tinte confesional del latín (de los cristianos), el árabe (de los musulmanes) y el hebreo (de los judíos)". Al final, la pérdida paulatina del latín, la política y "la mal llamada Reconquista" impusieron las fronteras y el monocultivo cultural. Y hasta hoy.

Grabado del siglo XII del <i>Libro de ajedrez, dados y tablas</i>, de Alfonso X el Sabio.
Grabado del siglo XII del Libro de ajedrez, dados y tablas, de Alfonso X el Sabio.
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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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