Apoteosis vacuna
Principal producto de exportación no tradicional de la historia reciente argentina, el dúo Armando Bo-lsabel Sarli perpetró entre 1956, año de su primera colaboración, hasta 1980 -el año antes de la muerte de¡ realizador- unos 27 productos filmicos -que de alguna manera hay que llamarlos- cuyo principal reclamo fue la superabundancia cárnica de la Sarli, familiarmente Coca, Miss Argentina en 1955 y una ele las peores actrices de la historia del cine.La. fórmula del dúo fue clara, rotunda, extremadamente funcional en su sencillez: explotar dentro de los límites de lo permisible -fueron sonados los conflictos de Bo con la siempre pacata censura argentina: es bueno recordar que su filmografía corre en paralelo a la existencia de varios regímenes militares- el físico rotundo de la diva, aunque siempre con un tratamiento que el malogrado Rodolfo Kuhn catalogó como "pornografía ingenua".
Carne
Director y guionista: Armando Bo. Fotografía: Ricardo Younis. Música: Eligio Ayala Morin y Unberto Ubriaco. Argentina, 1968. Intérpretes: Isabel Sarli, Víctor Bo, Rómulo uiroga, Vicente Rubino, Alba Solís, Óscar Valicelli. Estreno en Madrid: multicines Picasso.
Así, las películas agotaban hasta la saciedad una anécdota mínima que indefectiblemente enfrentaba a Coca, toda insinuación y contoneos -que los diálogos decían involuntarios, pero que las imágenes mostraban plenamente asumidos- con un violador (y mejor si se trataba de un grupo de ellos) que, tras reducirla físicamente, consumaba en forma elíptica una violación que nunca se concretaba en imágenes -no en vano la actriz era la esposa del director, y el principal galán, su hijastro.
Anacronismos
El éxito popular de estas cintas fue más que notable, y no sólo en Latinoamérica. Pero, indudablemente, lo que hoy puede llamar la atención a un público alejado de la fecha de su realización en tiempo y en espacio -y en tolerancia censora- no tiene nada que ver con las intenciones de quienes las realizaron, sino con los anacronismos y las ironías que suele gastar el tiempo. De tal forma, lo que antes era erotismo S de consumo popular (así se estrenaron en España algunas de estas películas desde 1977) se trastoca ahora en humorismo involuntario, apto para todos los públicos.
A ello contribuye, lógicamente, un cuadro de actores que más parecen armarios de cocina, una realización que contiene verdaderos monumentos a la zafiedad -como un inefable plano subjetivo del techo del camión en que, como es norma, están violando a Coca, y que parece hecho por un operador aquejado del mal de San Vito- y, sobre todo, un guión que acumula algunos de los hallazgos, fortuitos o no, más desopilantes que imaginar se pueda: la recurrente comparación del consumo de carne en sus acepciones clásicas, la voluntad de mostrar el acto sexual como un sucedáneo del canibalismo, golpes de humor que el director quiso contritos actos de religiosidad -como la visita piadosa de Coca al crucifijo-, secuencias de peleas callejeras a puñetazos que no hubiesen imaginado los hermanos Marx.
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