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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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Arte para no dormir

Todas las artes tuvieron sus vanguardias. La música pretendió introducir la atonalidad; la novela, su novela objetiva o supersubjetiva; el cine, la nouvelle vague. Todos ellos realizaron el experimento y, poco a poco, el tedio se les vino encima y, con uno u otro grado, sus innovaciones fueron revelándose un fenómeno de temporada. Excepto en el arte.

El arte afianzó sus vanguardias en la propia revolución económica y social y, tomando al sujeto como paradigma de todas las cosas, entronizó, más que en ninguna otra disciplina, la originalidad del autor. Lo hizo además con tanta consistencia que una obra era (y es) especialmente estimada en términos de innovación. Ningún arte se presentó en tan íntima sintonía con el progreso tecnológico. La constante y celebrada introducción de nuevos materiales en pintura, escultura o arquitectura lo prueba.

Pablo Picasso decía que "el principal enemigo de la creatividad es el buen gusto"

Lo nuevo, si nuevo, dos veces bueno. La innovación como signo inequívoco de progreso en la era industrial colonizó, especialmente, a los artistas plásticos. En consecuencia, siguiendo las trazas revolucionarias del siglo XIX y principios del XX, las artes plásticas fueron consideradas más o menos importantes en virtud de su capacidad para crear sucesos nuevos. Picasso decía: "El principal enemigo de la creatividad es el buen gusto". El buen gusto burgués que no se movía de su butaca.

Pero en Picasso cristalizó el productor perfecto: buena factura del artículo, cuando era preciso; y novedoso, cuando la demanda lo reclamaba. Ser original fue para Picasso una manera de ser. De ser no necesariamente Picasso, lo que le habría arruinado, sino de ser siempre otro. Otro autor diferente de obra nueva, sorprendente u original.

El movimiento futurista dejó claro que su amor por la velocidad y el progreso se correspondían fielmente con el vértigo de lo todavía por conocer. Esta intensa obsesión por la novedad, propia de la moda, tuvo su correlato en los demás espacios de la creatividad, pero, concretamente, en las artes la manía se convirtió en locura, y la locura dio origen al delirio en que ha venido a parar.

La ocurrencia es ya el sello de la valencia. Visitar una feria de arte, introducirse en el mercado del arte es en buena parte, aunque no en parte entera, ingresar en un frenopático donde la locura es tanto más apreciada cuanto más extraña es. La ecuación no es perfecta, pero se aproxima a ella.

¿El arte actual es demencial? No todo. Las vanguardias revolucionarias estaban incuestionablemente locas y el seguimiento de esa herencia ha llegado abundantemente a nuestros días. Mientras en otros mundos de la creación el sentido común ordenó tanto como adormeció los artículos de venta al público, en el arte la exasperación por sorprender halló su inspiración en el desorden, el absurdo, el terrorismo, la astracanada. Mientras en la novela, en el teatro, en el cine se asiste a una sucesión de producciones correctamente inteligibles por todos los públicos, en las artes plásticas, cuanto más incomprensible, mejor.

Con ello, el desconcierto del arte actual es inherente al arte de actualidad. De hecho, cada vez abundan más las exposiciones efímeras, puesto que nada de lo que se hace puede aspirar a admirar durando. La duración en el arte nuevo es sinónimo a lo "ya visto". Es decir, el veneno más letal para una actividad que ha basado su negocio en abrir los ojos como platos y despertar (todavía) "cadáveres exquisitos".

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