_
_
_
_
_

'Au revoir', París... Hola, Madrid

Gérard Mortier se despide de la Ópera Bastilla y habla de su futuro en el Real

Antonio Jiménez Barca

El rupturista nuevo hombre fuerte del Teatro Real, Gérard Mortier, ha elegido para despedirse de la Ópera de París -fiel a su estilo nada timorato- una obra fuera de lo común: una ópera "que no es una ópera", según explica, en la que nadie canta, para empezar, y que une el argumento y la escenografía gris y apocalíptica llena de ceniza y arena del pintor y escultor Anselm Kiefer con los versículos de los profetas Isaías y Jeremías describiendo un universo en ruinas.

La obra, que se estrena hoy para conmemorar el vigésimo aniversario de la Ópera de París, se titula Au commencement (En el comienzo), consta de un solo acto y, ciertamente, no es El barbero de Sevilla.

El montaje arranca con un mapa antiguo de Oriente Medio que se sobrepone al telón. Después, siete grandes torres tambaleantes e inestables ocupan un escenario enorme y sobrecogedor, poblado por decenas de mujeres vestidas con ropas del color de la arena, que amasan tierra y elevan un muro con ladrillos. Mientras, otra mujer recita con voz lenta versículos del Antiguo Testamento que, por lo general, muestran la cara de un Dios temible, vengativo y nada piadoso con los hombres.

Con 'Al comienzo' se celebran los 20 años de la colosal Ópera Bastilla
"No quiero disgustar a nadie; prefiero convencer", asegura Mortier

No hay argumento. Sólo un grupo de personas que se arrastran en un mundo desecho. Y que arranca así:

-Una voz dice: "Grita", y yo digo: "¿Qué gritaré?".

Mortier lo explicaba ayer así en el transcurso de una conversación con este diario: "Quería una obra muy arriesgada para decir adiós, y también una obra que sacara partido al enorme escenario de 4.000 metros cuadrados del teatro de la Bastilla. Y pensé en Anselm Kiefer. Me dije: 'Ése es el artista ideal para ese escenario'. Hablamos. Y me propuso hacer una performance. Por eso esto no es una ópera: es una performance".

El futuro director artísticodel Teatro Real concibe el arte como algo "que debe decir: 'Párate, reflexionemos', que debe sacar al espectador de la rutina, y esta obra es una reflexión sobre este mundo en crisis, con un fondo filosófico apropiado y necesario".

¿Y la música? La música, que acompaña, refuerza y se solapa a veces con el recitado de los versículos de los profetas, es rabiosamente contemporánea, disonante a veces; entrecortada, otras. Pertenece al clarinetista y compositor Jörg Widmann. Gérard Mortier pensó en él cuando el pintor le preguntó: "¿Conoces a alguien que sepa reproducir en el escenario la voz del viento del desierto?".

Ayer, en el ensayo general de la obra, el maestro neoexpresionista alemán Anselm Kiefer, con un gorro y vestido de blanco, daba las últimas instrucciones desde las butacas con un bote de cerveza en la mano, o se subía al escenario -donde había un palmo de ceniza- para recolocar a los actores. "No es una obra triste, sino una obra desesperada", dijo con una sonrisa en un descanso del ensayo. "Va más allá de los opuestos alegre-triste o feliz-desgraciado".

El artista alemán explica así el título: "Elegí En el comienzo porque cuando alguien ve un paisaje en ruinas como éste piensa en un final. Para mí, no; para mí esto es el principio". No le asusta la reacción del público. "Ni la de los críticos", añade, con otra sonrisa. "Lo que sí me gustaría es que los espectadores me interpretaran la obra, porque yo no sé interpretarme a mí mismo".

La escenografía sombría, lúgubre, las torres inmensas y la lluvia de ceniza que, de vez en cuando, cae sobre el escenario, ilustran lo que, a juicio del autor, es algo determinante en la obra que se refleja también en los actos repetitivos y mecánicos de los actores: "La falta de sentido del mundo". Kiefer explicó que concibió la obra y su desarrollo, desde el punto de vista plástico, "como las diferentes páginas de un libro que vas abriendo, poco a poco, no como un cuadro, que lo ves de golpe".

Agrega que, aunque a él no le gusta ser actual ni contemporáneo, está "condenado" a serlo. A este respecto, escribe: "Aquí se apilan ladrillos milenarios. Provienen de Uruk, Babilonia, Persépolis, Nínive... pero los últimos datan de 1945, de Alemania. Estos ladrillos y estas mujeres forman el último estrato. Ellas son el comienzo y el fin". De hecho, algunas fotografías de las mujeres alemanas al término de la II Guerra Mundial apilando ladrillos en la calle al pie de edificios en ruinas han inspirado a Kiefer.

¿Hará algo parecido Mortier cuando, a partir de enero, se instale en su nuevo apartamento cerca del parque del Retiro, ya en Madrid, como director artístico del Teatro Real? "Con los años, sí. Pero, por ahora, al principio, comenzaré por conocer a mi público madrileño. Quiero que ellos también conozcan mi manera de concebir la ópera. Lo haré de manera amable, tranquila. No quiero disgustar a nadie. Prefiero convencer".

Un momento de los ensayos de <i>Au commencement,</i><b> el espectáculo con el que Mortier se despide de la Ópera de París.</b>
Un momento de los ensayos de Au commencement, el espectáculo con el que Mortier se despide de la Ópera de París.ÓPERA DE PARÍS
Gérard Mortier, nuevo director artístico del Teatro Real.
Gérard Mortier, nuevo director artístico del Teatro Real.ÓPERA DE PARÍS
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_