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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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Aute y el amor del otro

Hay determinados compositores a quienes se les admira incluso más por la letra que por la música. Hay compositores que pierden más de la mitad de su valor si la ingeniería de sonido, desde el micrófono a los altavoces, impiden seguir sus textos.

Muchos de ese grupo de cantautores se alían frecuentemente con poetas para inspirar el carácter de sus melodías y hay poetas, a secas, gentes muy entecas, que nunca habrían imaginado sus versos con esa luz dulce que la música confiere a sus palabras, siempre que una y otra se entiendan, se potencien y, al cabo, no puedan desatarse nunca del inesperado compás.

Luis Eduardo Aute, artista total, que a lo largo de su carrera ha recurrido menos a las letras ajenas que muchos de sus colegas, posee, sin embargo, la propiedad de conseguir este lazo literario-musical mediante un juego que solo ahora, con su último disco Intemperie, me parece haber comprendido y a riesgo de que el autor le preste o no su conformidad. A fin de cuentas nadie, ningún artista, posee el único certificado de verdad sobre lo que hace y, como cualquiera de este gremio experimenta sin parar a lo largo de sus giras y promociones, la obra que se lanza sigue una peripecia y biografía particulares a lo lardo del camino. Adquiere compañías, influencias, accidentes y untos que deciden sus mil fisonomías y, con ellas, acaso el alma incontrolable y múltiple que se le pretendió infundir.

Dice el cantante: "Hazlo como otra mujer, quiéreme, como si fuera otro amante"

Vale estas consideraciones, algo campanudas, para llamar la atención sobre unas estrofas del tema Quiéreme que Luis Eduardo Aute incluye en Intemperie y en donde se guarda un secreto tan exquisito que desde la escala de un escenario es difícil de captar.

Dice el autor reclamando exasperadamente amor: "Quiéreme, que ya empieza a anochecer, / quiéreme, aunque solo sea un instante, / quiéreme, y hazlo como otra mujer, / quiéreme, como si fuera otro amante".

¿Pescar el sentido de este aparente sin sentido en medio del tronante sonido del concierto? ¿Cómo se verá, además, "el concierto" entre el amado y la amante si de continuo aquel la requiere para que le ame como a otro y, pide que se lo quiera así aunque solo fuera un mágico instante?

En un recital, no hay modo de enterarse de esto, ni siquiera de la mitad. No hay técnico de sonido que a pesar de la máxima nitidez permita percibir el truco de la paradoja. O más aún: hacer sentir mentalmente, mediante sus recursos tecnológicos, sus formas de "limpiar" la grabación y sus énfasis de algunas frecuencias, la crucial vibración que lleva desde el tópico de rogar ser querido como uno es a rogar ser amado como si se fuera otro. Y, además, como si quien debiera amar no fuera ella misma sino también otra.

El mejor yo, el más allá del yo, aunque en una canción parece que no quepa, se halla en la ausencia de mí y la mítica que desprende el ausente. Siempre preferimos "el otro lugar", aquel donde no estamos. Siempre nos preferimos a nosotros pero sin ser un calco absoluto. A François Mauriac le preguntaron una vez qué le habría gustado ser en la vida y respondió: "Moi même, mais reussi". Yo mismo pero traspuesto en una versión que sin dejar de ser yo, yo amara. O lo que dice Aute: "quiero de ti un tú, que no siendo el tú, me quiera a mí, incluso un momento, como siendo el otro".

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