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DESPIERTA Y LEE
Columna
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Avatares

Fernando Savater

Este año, el prestigioso Salón del Libro de Turín ha estado dedicado a la memoria. Dijo Borges que, de todos los instrumentos humanos, el libro es el más prodigioso: los demás prolongan nuestras capacidades físicas (la vista, el oído, la velocidad, la fuerza de combate...) pero el libro amplía nuestra memoria, que es una facultad espiritual. El poeta argentino no llegó a conocer las posibilidades de Internet, que la multiplica en proporción casi ilimitada. Claro que hay quien prefiere vetar el registro de ciertos recuerdos y su publicidad: a ello parece orientarse la llamada "ley mordaza" que debe aprobar el Parlamento italiano, drástica limitación del uso judicial de escuchas telefónicas y de su publicación en los medios. ¿Pretende reducir abusos o prevenir la revelación de escándalos y manejos mafiosos, que con desoladora frecuencia afectan al Gobierno de Berlusconi? En cualquier caso, los principales editores italianos -Feltrinelli, Laterza, Rizzoli, Longanesi...- hicieron circular por los stands de la feria de Turín un llamamiento contra esa nueva forma de censura.

Como aficionado hípico no tolero esos hipocampos libelulares que bailotean por el desdichado planetoide

Claro que la máquina que mejor perpetúa la memoria es la nostalgia: me enteré la tarde que llegué a la convención de que esa mañana se había presentado la nueva edición de uno de los últimos libros de Emilio Salgari, Las águilas de la estepa (Greco & Greco Ed.), que nunca he leído. El tañido adolescente de ese nombre, Salgari, me remitió por un instante a Malasia, a los desiertos de Arabia, a la selva amazónica, a los corsarios del Mediterráneo... a las letras de nobleza de mi felicidad. Menos dichoso fue en cambio el propio novelista -el primero que vendió un millón de ejemplares en Europa- que se suicidó aquí, en Turín, agobiado por las exigencias de sus editores y por la locura de su mujer. Aún pensaba en Salgari mientras atendía una entrevista de radio en el plató improvisado en la propia feria, cuando al periodista se le iluminó la cara: "Aquí llega Umberto Eco, que enseguida nos contará el diálogo sobre la memoria que acaba de mantener con Mauricio Ferraris...". Y oí al gran Umberto murmurar: "Pero es que creo que ya se me ha olvidado...".

La noticia curiosa de la jornada tiene que ver, ay, con Avatar. Según he oído repetir con toda seriedad, la película de James Cameron significa tal revolución que puede cambiar el futuro del séptimo arte (aunque este tuviera para ello que dejar de serlo). Como estoy convencido de que la vacuidad tópica tiene porvenir en todos los campos, no me extrañaría que esa profecía se cumpliese. A mi juicio, es difícil imaginar un producto más bobo y ñoño que Avatar: parece mentira que venga firmado por el mismo director de obras de acción fantástica tan potentes como Aliens o Terminator. No me hablen de la magia de sus efectos especiales: estoy dispuesto a perdonar los personajes de cartón y el ecologismo anticolonial zaparrastroso, pero como aficionado hípico no tolero esos hipocampos libelulares que bailotean por el desdichado planetoide.

Bueno, pues pásmense: según una publicación turística regional, el modelo de la US Na'Vi y su espiritualismo indigente es la comunidad Damanhur, que tiene su sede en las colinas de la Valchiusella. Su fundador es un tal Oberto Airaudi, que se hace llamar Falco, y su doctrina incluye el pensamiento positivo, las líneas sincrónicas y los ríos de energía, todo el habitual baratillo. También reparten un amuleto llamado self, que según su color cura unos males u otros, pero siempre cura. Los fieles de la comunidad preconizan el matrimonio a un año vista, a cata y prueba, así como investigan para fabricar filetes sintéticos que acabarán con el hambre del mundo. La decoración en oros y azules de sus locales, reproducidos en la revista, son efectivamente tan kitsch como la estética de Avatar. De modo que los entusiastas de la luna Pandora ya saben adónde tienen que ir para perpetuar su memoria...

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