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Barceló, tras la estela de Picasso

El artista afronta uno de sus mayores retos con tres exposiciones simultáneas en Aviñón - Una de ellas, en el Palacio de los Papas, evoca otra del malagueño en 1970

Borja Hermoso

Algo le pasa a Miquel Barceló con el clero, pero el caso es que su universo creativo suele frecuentar con intensidad ese magma de sotanas, mitras, crucifijos y altares tan plástica y misteriosamente atrayente incluso para quienes no comulgan. Para quienes no comulgan con el hecho eclesiástico más allá de su indudable potencia icónico-simbólica, entiéndase.

Uno todavía se asombra cuando contempla su particular interpretación de los panes y los peces en la catedral de Palma y, sin tiempo para reaccionar, se topa ahora con que Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) toma al asalto el mismísimo Palacio de los Papas de Aviñón, el edificio gótico más grande de Europa, para confrontarse con gente como Benedicto XII o Clemente VI, algunos de los papas que, hace cosa de 700 años (1309-1377), plantaron a Roma e instalaron la curia en Aviñón, convirtiendo la preciosa ciudad provenzal a orillas del Ródano en epicentro de la cristiandad.

Las obras cuelgan de los agujeros que hizo el autor del 'Guernica'
Ha cubierto las efigies de los papas con máscaras de monstruos marinos
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"Hombre, la verdad es que lo de la religión me marcó mucho de jovencito, es normal, ¿no?, en un país como España... Así que esto es una especie de revancha. De revancha contra los integrismos, porque cada vez hay más, por un lado la Iglesia católica, por otro los integristas islámicos, ya cansa; pero, aparte de esto, es difícil encontrar un espacio tan potente como el Palacio de los Papas".

Pero la presencia de Barceló en Aviñón no se limita a esta conquista del palacio papal. El protagonismo absoluto que a lo largo de todo el verano tendrá el artista mallorquín llega por triple vía. Por un lado, la instalación en la Gran Capilla del palacio de su obra última en arcilla, ladrillo y terracota. Por otro, la exposición de su pintura de la última década (incluida obra inédita) en el hotel de Caumont, el fabuloso palacio del siglo XVIII que, desde hace 10 años, acoge la colección Lambert, propiedad del galerista parisiense Yvon Lambert, descubridor de Barceló en Francia y amigo suyo desde hace tiempo.

Canto al Mediterráneo

Y por último, algunas obras de su serie Termitas podrán ser contempladas en el Museo del Petit Palais junto a una extraordinaria colección de piezas del gótico mallorquín procedentes del Museo de Mallorca (el mismo que acogió la primera exposición individual del artista cuando era un estudiante de 19 años): es un conjunto pictórico-escultórico que jamás ha sido exhibido fuera de España y que solo por culpa de la insistencia de Barceló ante Joana Maria Palou, directora del museo de Palma, ha podido llegar a Aviñón.

Así que, en total, casi 400 obras entre técnicas mixtas, papeles, máscaras y esculturas en yeso, bronce o terracota protagonizarán a partir de mañana el fragante y soleado verano provenzal, bajo el título conjunto de Terramare. Es la irremediable contracción de los dos territorios por los que navega el artista, la Terra Nostra y el Mare Nostrum, un puro canto, como en él es habitual, a las culturas mediterráneas.

El provenzal es un verano tradicionalmente poblado por estadounidenses y japoneses y la muy efervescente fauna del Festival de Teatro, que este año alcanza su 64ª edición. Y esto también tiene que ver con la presencia de Barceló en la ciudad. Presencia que es, en realidad, un regreso. En 2006 Barceló acaparó, junto al coreógrafo francés de origen yugoslavo Josef Nadj, el protagonismo en las noches de Aviñón con el espectáculo Paso doble, una suerte de combate de barro a medio camino entre el arte y la danza que dejó boquiabierto al público reunido en el Patio de Honor del Palacio de los Papas, uno de los espacios escénicos más espectaculares que puedan visitarse. "Recuerdo aquello como agotador, lo estrenamos en el Claustro de los Celestinos, hacía un calor de morirse, y estábamos hundidos en el barro y vestidos de traje, terrible", evoca Barceló. Pero ese fue, en realidad, el germen de esta triple presencia de ahora en Aviñón.

Sin embargo, el verdadero motivo por el que un artista como Miquel Barceló se haya decidido a aterrizar con toda su brutal mezcla de primitivismo y modernidad en la ciudad papal tiene fecha -1970- y tiene nombre: Pablo Picasso. Hace exactamente 40 años, cuando le quedaban tres de vida, Picasso arrasó el Palacio de los Papas con una descomunal exposición que no era otra cosa que un testamento artístico, una muestra que ocupa desde entonces un lugar preferente en la historia de las grandes exposiciones de arte, aunque no todo el mundo interpretara igual de bien aquella incursión, auténtico sacrilegio para algunas mentalidades de la época pese a la fascinación que Picasso ejercía en Francia. Hay que entender lo que suponía, en 1970, ver la monumental capilla papal en piedra de sillería hasta entonces inmaculada, agujereada y tomada por el universo picassiano.

De hecho, estas paredes nunca más volvieron a ser agujereadas. El Palacio de los Papas, Patrimonio de la Humanidad, es uno de los edificios históricos más protegidos de toda Francia (también, por cierto, uno de los más visitados, 600.000 entradas vendidas el año pasado). Y ese es uno de los ingredientes más sabrosos de la exposición de Barceló, que ha tenido que aprovechar los mismos agujeros que en su día hizo Picasso para poder colgar sus placas y sus esculturas en las paredes de la capilla. Imposible y prohibidísimo volver a agujerear el viejo templo papal, un descomunal contenedor de piedra en el que cabrían cuatro catedrales góticas.

"Sí, he utilizado los mismos agujeros que usó Picasso en el setenta, en una exposición que algunos calificaron de escandalosa porque creían que Picasso era un viejo chocho en lugar de lo que era de verdad, un genio; recuerdo que yo, que tenía 12 años, la vi en la revista Paris-Match y me quedé impresionado. Solía ver esa revista porque salían chicas con poca ropa y mira, resulta que me encontré con Picasso...", cuenta Barceló mientras pasea por las calles de Aviñón bajo un sol de hierro. En las sacristías de la capilla papal, Barceló ha llegado a cometer acto de sacrilegio, al cubrir las efigies de los papas aquí sepultados con máscaras en forma de monstruo marino. Pero la historia no es más que una noria cíclica y repetitiva, y si en 1362 la reina Jeanne de Nápoles, condesa de Provenza, se casaba con el rey Jaime III de Mallorca y acababa haciendo pingüe negocio al vender la ciudad de Aviñón a los papas, ¿cómo no se va a sentir autorizado Barceló para invadir Aviñón y cubrir la cara de los pontífices con sus caretas de piedra?

Miquel Barceló, ante una de sus obras, en el imponente Palacio de los Papas de Aviñón.
Miquel Barceló, ante una de sus obras, en el imponente Palacio de los Papas de Aviñón.BERNARDO PÉREZ
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Borja Hermoso
Es redactor jefe de EL PAÍS desde 2007 y dirigió el área de Cultura entre 2007 y 2016. En 2018 se incorporó a El País Semanal, donde compagina reportajes y entrevistas con labores de edición. Anteriormente trabajó en Radiocadena Española, Diario-16 y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra.

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