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FERIA DE SAN ISIDRO

El cabestro rijoso

Hay un cabestro rijoso en Las Ventas. Quizá sean dos. Hay un cabestro que en cuanto sale al ruedo no quita ojo del toro, no para de merodearlo, de timarse con un pestañeo coquetón y, si no se da por aludido, se pone a dar saltitos alrededor. Ante semejante descoco, la mayoría de los toros, que son muy machotes, ni se inmutan. Algunos se hacen los dignos contemplando con altivez al cabestro maricón, o si no se fían lo miran de soslayo. Pero otros no se andan con bromas y al verse acosados sexualmente se le arrancan y le dan de cornadas. A veces el cabestro rijoso vuelve al corral hecho un cristo.La verdad es que toda la parada de cabestros cojea del mismo pie. En cuanto aparecen ya están meneando las caderas. De todos modos son gente muy primitiva estos cabestros y lo mismo se insinúan por allí que sueltan el vientre y ponen el ruedo perdido de cagallón. Finalmente se llevan arropado al toro, salvo que no les de la gana y entonces le corresponde al mayoral Florito asumir la función subsidiaria del cabestro. Idos todos, lo que ocurra después pertenece a los misterios de la tauromaquia.

Peñajara / Cepeda, Finito, Vázquez

Toros de Peñajara, bien presentados, inválidos, nobles en general; 4º, devuelto; sobrero, de 673 kilos, pastueño.Fernando Cepeda: media y rueda de peones (palmas); estocada delantera descaradamente baja - aviso - y dobla el toro (ovación y salida al tercio). Finito de Córdoba: tres pinchazos bajos y estocada (silencio); pinchazo y estocada corta (silencio). Javier Vázquez: estocada (petición y dos vueltas al ruedo); tres pinchazos - aviso - y dos descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 13 de mayo. 8ª corrida de abono. Cerca del lleno.

Más información
Vázquez: «A unos las estadísticas les sirven más que a otros»

Quedan indicios, sin embargo; síntomas; impresiones barruntativas. Al cuarto toro de esta plúmbea corrida pasada por agua, que estaba tan inválido como el resto, lo devolvieron al corral. Compareció la parada de cabestros y evolucionó con sus habituales contoneos.

Enfilaban de retorno los chiqueros dejando de recuerdo la gran cagada cuando el cabestro rijoso se orientó a la popa del toro, admiró sus formas, se deleitó con su aroma y se puso a tono. Afinó entonces la puntería, dio un bote y quedó montado sobre el inadvertido toro, poniéndole el rumbo fijo en Getafe. De esta guisa entraron en el toril. El toro presuroso y perplejo, el cabestro encima solazándose a sus anchas. Cerraron el portón, y lo que pasara dentro ya era cosa de ellos.

Y ésta fue la noticia de la corrida. Porque la tal corrida, una de tantas, padecía las acostumbradas invalideces, con la novedad de que varios ejemplares sacaron nobleza. También los hubo bondadosos de natural, y no faltaron los que se quedaban dormidos.

De todos los toros inválidos el menos inválido fue, precisamente, el sobrero, que pesaba 673 kilos; ahí queda eso. El toro sobrero dejaba por mentirosos a esos taurinos empeñados en decir que los toros se caen a causa del peso. He aquí el ejemplo: con 100 e incluso 170 kilos más que sus hermanos, se caía menos que ninguno.

Se cayó menos, y derribó al caballo de picar, y acabó embestidor, repetidor y pastueño. Se nota que últimamente los taurinos no dan ni una. Fernando Cepeda advirtió su boyantía desde un principio y dibujó las verónicas con gusto. No es que imprimiese hondura ni ganara terreno en ellas, como debe ser, pero la suavidad de los lances equivalía a un monumento al arte de torear de capa, comparándolo con lo que se lleva. Hizo luego dos quites, uno detrás de otro, con intención de repetir la suerte, mas no le salieron bien.

La faena de muleta de Fernando Cepeda resultó larguísima y desigual. En los derechazos, muchos de excelente corte, templaba poco; ensayó tandas de naturales de aleatoria ejecución y no ligó ninguno. La afición empujaba, deseaba imprimirle ánimos, pues sabe sobradamente de su torería y de su corazón de artista. Y, sin embargo, no había manera. La nobleza del toro desmerecía el toreo cauto e incierto de Fernando Cepeda, que acabó perpetrando un feísimo bajonazo.

Javier Vázquez conoció asimismo pasajes de gloria. Esto acaeció en el tercero de la tarde, al que sacó derechazos, naturales y pases de pecho de bella factura, si bien se los daba a un torillo que se caía con sólo mirarlo. Cobró una gran estocada y le pidieron con auténtica pasión la oreja, que el presidente no concedió.

Con inválidos, además amodorrados, no valen ni faenas, ni orejas, ni nada. Así salió el resto de la corrida. Cepeda y Vázquez porfiaron pases a los otros ejemplares que les correspondieron. Finito también, aunque con escasa decisión, a los especímenes inanimados de su lote. Salvo detallitos sueltos la interminable función careció de interés. Lo único verdaderamente noticiable había sido el cabestro rijoso. Ese cabestro tiene una entrevista.

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