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Reportaje:

Callando también se escribe

Luis Mateo Díez publica un libro sobre la muerte de los seres queridos - "En el acto de contar hay algo de consolador"

Javier Rodríguez Marcos

El día del entierro de su madre, Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) descubrió que su padre, en absoluto secreto, había escrito en la lápida su propio nombre al lado del de su esposa. Cuenta el narrador leonés que lejos de ser una ocurrencia macabra se trataba del acto de amor de un hombre austero que un día le dio un consejo inolvidable: "Callando también se escribe. La buena literatura no desgasta el uso de las palabras. Siempre hablan por los codos los que menos tienen que decir".

Cuando hace tres años murieron su cuñada y su sobrina en menos de cinco meses, el autor de La fuente de la edad se lanzó a escribir un libro recorrido de principio a fin por el aviso paterno. El resultado es Azul serenidad o la muerte de los seres queridos (Alfaguara), una intensa indagación de poco más de cien páginas, a medio camino entre la narrativa y el ensayo, en la que las historias familiares conviven con la reflexión sobre la ausencia y sobre el poder de las palabras y las imágenes. Una mezcla que podría compartir estante con obras similares de John Berger.

La sobrina de Luis Mateo Díez -Sonia, 38 años- era fotógrafa y con ella mantuvo el escritor una correspondencia que, parcialmente, se recoge en el libro. Ella le mandaba una instantánea de los niños que desde el patio de un colegio vecino se asomaban a la ventana de su estudio, en Valencia, y él respondía con una carta en la que la imagen cobraba nueva vida. "Al retratarlos los inventas", le dice. "Es algo equivalente a lo que yo hago en mis ficciones".

La palabra clave en aquellas cartas era contención, y lo es en el resto de un libro que su autor escribió "acuciado por el calor de la desgracia", saltándose el precepto que aconseja esperar a que se enfríen los sentimientos: "Una vez Louis Malle, el director de cine, dijo algo con lo que estoy muy de acuerdo: 'A medida que me hago mayor me interesan más los sentimientos que las ideas".

Así las cosas, el reto era "encontrar el tono de la escritura". Y ahí estaba de fondo el consejo del padre: ni una palabra de más. "La discreción", dice el novelista en el bar de la Casa de América de Madrid, "es uno de los bienes que más han predicado en mi familia para vivir en un mundo cada día más indiscreto".

Celama, el territorio imaginario creado por Mateo Díez, está lleno de muertos, pero esta vez ni la imaginación ni la veintena de libros que lleva publicados iban a serle de mucha ayuda. Las experiencias límite siguen siendo la prueba de fuego de la literatura, esa mezcla de instinto y técnica en la que, como en la fotografía, "lo que uno quiere hacer se acomoda sin remedio a saber hacerlo". ¿En algún momento pensó que las palabras son, finalmente, inútiles? "La muerte no se entiende, eso es cierto, pero tampoco la vida se entiende del todo. Además, no todo lo descubres tú. Las palabras necesarias están esperándote en algún sitio".

En la nota que cierra Azul serenidad, Luis Mateo Díez apunta que es un libro nacido para el consuelo. ¿Alcanzó su objetivo? "A estas alturas, después de haber escrito más de lo debido, si algo le puedo pedir yo a la literatura es que tenga algún efecto curativo. Y sí, en el propio acto de contar puede haber algo de consolador".

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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