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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Castella , emoción y mando

Balance de un año en el que el torero ocupa la cabeza del escalafón

¿Cómo se puede ser de Béziers, entrar casi de niño por las puertas del siglo XXI y tener como ídolo a Manuel Rodríguez Manolete, un torero cordobés, muerto por asta de toro en Linares en el año 47? Sin duda, porque en este mundo extraordinario, lejos de los asfixiantes reduccionismos, hay lugar para todo y para todos; o porque, como dijo Rafael -¿el Guerra o el Gallo?- cuando inquirió a qué se dedicaba Ortega y Gasset y le contestaron que a filósofo, a pensar, sentenció: "hay gente pa to". Pues "pa to" ha mostrado estar este año Sebastián Castella, matador de toros, veinticinco años, que se recupera de su grave cogida sufrida en Cali (Colombia) el viernes pasado cuando despedía un año cuajado de triunfos.

Ahora que el agua del pasado otoño ha limpiado de sudores y sangres la arena de los ruedos españoles, y tras las huellas de toros y toreros quedó la memoria de los hechos notables de una temporada que aquí tocó a su fin, los toreros más afortunados han marchado a las grandes ferias de América. Es hora de recapitular y parece que este año hay acuerdo: Castella. Venido desde Francia hasta Sevilla, este joven tímido, muy en el tipo de los toreros, más silencioso que locuaz, más pensativo que expresivo, parece retener, tras los ojos claros y la cara armoniosa, aniñada, reveladora de otros lugares y otras épocas -qué lejos del claroscuro y la majeza mísera y barroca, grabada con verbo expresionista en nombres como Bocanegra, Tragabuches, Cara-Ancha, Desperdicios...- el sueño imposible de la faena completa. Hay algo inquietante, muy en consonancia con su valor pasmoso, en la transparencia de esta mirada: igual que esos aparatos de metacrilato que se ven por dentro, quietos y silenciosos, que se ponen a trabajar y nada pasa, nada se mueve en ellos.

¿Por qué hay acuerdo entre los aficionados de distintos países y continentes de que Castella ocupa en este momento la cabeza del escalafón? Por varias razones: Primera: torea muy bien; ha toreado muy bien. Y eso es universal. Parar, templar, mandar, emocionarse y emocionar. Ahí no hay más patria que el entusiasmo ni más discurso que la veracidad del valor. Recuerdo que en un viaje que hice por Grecia me sorprendió cuántos pueblos e islas se atribuían el origen de Ulises. De forma más localizada ocurre igual con Colón -he llegado a ver fehacientemente demostrado su nacimiento en Espinosa de Henares (Guadalajara)- o con las adopciones de Picasso, Chaplin o Di Stéfano. Y es lógico, porque la obra bien hecha, los pasos bien dados, han de ser patrimonio de la humanidad. Ahora le toca a Castella: Béziers, Sevilla...

El diestro de apariencia frágil es de considerable consistencia. Le petit grand matador se ha colocado en la cima. Como lo hiciera El caníbal, o después su compatriota Hinault, no ha habido puerto, llano, sprint, ni rival que no motivase su entrega. He aquí la segunda razón: en plazas de 1ª, 2ª o 3ª, con ganaderías de pelaje vario, con cualquiera de los compañeros de terna, ha ido a por todas. Y lo ha conseguido. Un ejemplo: entre los diez primeros matadores del escalafón duplica con creces los trofeos conseguidos en plazas de 1ª a sus más inmediatos seguidores: el Cid y Ponce. Sólo el Juli, con quien ha mantenido un apasionante y pundonoroso pulso, se le acerca, si bien con menos trofeos. Castella ha mostrado, como los grandes de siempre, que el secreto es conjugar valor, técnica y estética. El valor lo tenía sobradamente demostrado: Sebastián pertenece a esa casta belmontina de toreros que se ponen donde el toro no quiere que estés. Y ahí sus faenas y ahí sus cogidas. Emoción y mando. También la cabeza: cuando un torero pisa regularmente esos terrenos, o lo hace con inteligencia o el toro lo desengaña.

Pero su estética aún no había conquistado a las aficiones más exigentes. Y este año entró por derecho en La Maestranza. El coso de su segunda patria, tan ansiado y temido por los diestros, se rindió ante la faena a un Zalduendo. Se negó a salir en hombros. Quería las puerta buena, la de tres orejas (igual le ocurrió en Bilbao y en Dax, donde hizo una excepcional faena a un complicado Samuel). Al final de temporada, por San Miguel, volvió a triunfar en la ciudad del Betis y consolidó su posición. También en Madrid revalorizó su cartel con un toro fiero de Pereda, al que si no falla a espadas, hubiera desorejado. En Bilbao aún se preguntan por qué el presidente no otorgó la segunda oreja de aquel Torrealta, y las arenas de Burgos, Dax, Motril -con otro Zalduendo, al que indultó- Albacete y tantos otros, han aplaudido su labor. Así sus recientes actuaciones triunfales en América: las aficiones de México D.F., Guadalajara, Valencia, Acho o Quito se felicitan por su concurrencia. Despidió el año en Cali tras una grave cogida. Con cinco costillas rotas y un pulmón semiperforado continuó inmpasible la faena, toreó hasta cumplir con su obligación: matar al toro. Heroico y antiguo, de antes y de ahora; clásico.

De antes y de ahora como su admirado Manolete, como el viejo rondeño Pedro Romero, como su compatriota, el valeroso Roldán... Antiguo y moderno, de todas partes, como Ulises. El niño que veía como dioses a Rincón o a Joselito, semioculto en el patio de cuadrillas de la plaza de Béziers, asciende, destacado del pelotón, los puertos del Olimpo del toreo.Sólo el Juli, con el que ha mantenido un apasionante pulso, se le acercaParece retener tras la cara aniñada y los ojos claros el sueño imposible de la faena completa

Sebastíán Castella, durante la cogida que sufrió en la pasada feria de San Fermín.
Sebastíán Castella, durante la cogida que sufrió en la pasada feria de San Fermín.LUIS AZANZA
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