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Reportaje:

Desde Chelsea a La Habana

La bienal cubana de arte expone 39 obras de artistas estadounidenses

Los perfiles contrapuestos en rojo y blanco de Barack Obama y Fidel Castro forman una superficie artística, a la vez que un grito político y un llamamiento a la cordura. Es una de las 39 piezas (pintura, instalaciones, escultura) que forman parte de la muestra Chelsea visita La Habana, empeño personal de Alberto Magnan, un galerista cubano-estadounidense residente en Nueva York que se fue de la isla cuando tenía cinco años. Junto a su contraparte del Museo Nacional de Bellas Artes, Abelardo Mena, hicieron posible, después de dos años de trabajo, que hoy una de las salas principales del museo cubano albergue una gran muestra de 33 artistas estadounidenses.

La mitad de ellos podría viajar a la capital cubana en los próximos días; el propósito, claro, es demostrar a la brava que nada hay más importante que el arte y que la política debe respetar a los artistas.

Han tenido que ser un aniversario redondo de la Bienal de La Habana -ésta es su décima edición- y un nuevo Gobierno demócrata en Estados Unidos las pócimas para que el exabrupto político bilateral haya menguado lo suficiente y se hayan abierto resquicios al arte.

Hace más de veinte años no sucedía nada similar en lo referente al intercambio en las artes plásticas. Salvando las distancias, la iniciativa recuerda el Havana Jam, que protagonizaron en marzo de 1979 Billy Joel y decenas de músicos norteamericanos -Kris Kristofferson, Rita Coolidge y Dexter Gordon, entre ellos- que durante tres noches tocaron en el teatro Carlos Marx.

Para Magán, "traer esta muestra de Chelsea a La Habana es un primer paso para el diálogo" y puede ser "una forma de acercar a los dos países". Él cree posible que una experiencia similar se repita, esta vez en Chelsea.

Hacia adentro, la bienal ha sido irreverente, pero lejos de aquel mítico quinto encuentro (1994), cuando la ciudad se llenó de hoces y martillos sangrantes. Los desencuentros con la autoridad no han desaparecido; pero son más elaborados y quizás más inteligentes.

Por ejemplo, la obra de Carlos Garaicoa, siempre una reflexión dolorosa sobre el estado de la ciudad, llega esta vez con sendas dianas. Yo nunca he sido surrealista hasta el día de hoy es una maqueta de una ciudad que funciona, con alumbrado público perfecto y equilibrio zen entre arquitectura e individuo. En Las joyas de la corona, ocho piezas en plata fundida, se reproducen las formas de otros tantos edificios: los del KGB y la Stasi; el Pentágono, la base naval de Guantánamo, la Escuela de Mecánica de la Armada y el estadio de Santiago de Chile. También están el edificio del servicio de inteligencia cubano, en la calle Línea, y el centro de detenciones de la Seguridad del Estado de Cuba, en las instalaciones del antiguo colegio de Villa Marista. En medio de la Plaza Vieja de la capital cubana, una manada de elefantes construidos con metal inflado casi no puede subsistir en busca de comida y agua. Su creador, José Emilio Fuentes, hace notar que la manada está dirigida por "dos elefantes macho".

Grupos de aficionados al arte en la exposición <i>Chelsea visita La Habana,</i> abierta en la capital cubana.
Grupos de aficionados al arte en la exposición Chelsea visita La Habana, abierta en la capital cubana.EFE
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