Cóctel indigesto

Aunque el arranque pudiera hacernos creer lo contrario, Día de perros no es una película de acción la americana. Después de asistir los preparativos de un atraco relativamente bien explicados, el espectador es conducido hacia otro terreno: el de la admiración mitómana y bobalicona. Al considerar que Lee Marvin ya ha ficcionado bastante, Boisset opta por tratar al actor norteamericano como un símbolo. No hace falta que haga nada, que interprete mínimamente, que cree algún personaje. Marvin es -siempre según Boisset- por su propia naturaleza la encarnación viva del cine de acción estadounidense, y el mero hecho de aparecer en la pantalla junto a unos supuestos representantes de la Francia profunda convierte los trigales de Aquitania en llanuras ondulantes idénticas a las de North by Northwest, con la diferencia de que si a Hitchcock le bastaba con un avión para sembrar el pánico, Boisset necesita helicópteros y centenares de policías y no logra que Marvin pierda la compostura.Pero si esta decisión de limitarse a venerar un personaje sin hacerlo vivir ya es un factor negativo, peor resulta aún el retrato que se nos ofrece de una comunidad rural, muy en la línea de la inventada por Jim Thompson para su extraordinaria Población: 1.280 almas, y que tan bien llevó al cine Tavernier en Coup de torchon, solo que ahora todo suena a caricatura, a parodia. Quizá la culpa la tengan tantos cambios de continente, tanta mezcla y pastihe; quizá sea el destino natural del thriller a la francesa, que ni en sus mejores momentos -léase Melville- deja de ser un género importado.