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Reportaje:

Colisión de genios en Lucerna

Claudio Abbado y Gustavo Dudamel disfrutan del poder transformador de la música al frente de la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana

El Festival de Pascua de Lucerna propició esta semana un encuentro artístico excepcional, la colisión amistosa de dos mundos totalmente distintos en la cúspide del universo de la dirección de orquesta. De un lado, Claudio Abbado, nacido en Milán en 1933. Del otro, Gustavo Dudamel vino al mundo en 1981 en Barquisimeto (Venezuela). Ambos dispusieron, con un día de diferencia, del mismo instrumento; la Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar en los conciertos de apertura del festival. Abbado es el director titular de la orquesta del Festival de Lucerna, y Dudamel, de la Filarmónica de Los Ángeles, donde ha relevado recientemente a Esa-Pekka Salonen. Medio siglo les separa, pero los dos comparten una profunda identificación con el espíritu que anima a la orquesta juvenil venezolana, escaparate internacional del Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, creado e impulsado por José Antonio Abreu. Acoge actualmente a 300.000 muchachos del país en un proyecto de integración social a través de la música verdaderamente ejemplar.

Y al mismo tiempo, a estos dos maestros les separa un abismo a la hora de entender su oficio. Abbado es el reposo intelectual. Dudamel es pura electricidad. Energía que conduce con contagiosa pasión.

"Se ha hecho realidad un sueño", dice el venezolano. "El nivel de calidad de la orquesta no sería el mismo sin la entrega y generosidad de maestros como Abbado. Han venido a Venezuela cuando los hemos necesitado. Ahora nos abre las puertas de un festival como el de Lucerna, comprometiendo su prestigio al dirigir nuestra orquesta juvenil en este auditorio donde actúan las mejores formaciones del mundo".

Abbado habla con parecida admiración de la formación venezolana. "Quizá no tiene el mismo nivel técnico de las grandes orquestas históricas, pero tiene una actitud, una chispa, una fe en la vida, que la hace diferente de todas las demás. Yo, desde mi modesta posición, estoy tratando de implantar el modelo en Italia a través de las organizaciones políticas regionales. Hay buenas perspectivas en el Lazio, Bari, Sicilia o Turín, de momento, además de conversaciones avanzadas en otros lugares".

José Antonio Abreu y Claudio Abbado se conocieron en Cuba en 1999. El maestro milanés visitó la isla caribeña en una gira con la orquesta Gustav Mahler después de una actuación en Tanglewood. De ahí surgió una visita a Caracas en la que conoció a Dudamel. El prodigio sólo contaba 18 años. "A los tres directores venezolanos que estos días se ponen al frente de la orquesta en Lucerna —Dudamel, Diego Matheuz, Christian Vázquez— les he llegado a conocer cuando eran todavía violinistas", precisa Abbado con una sonrisa. A partir de 2005 empezó a dirigir la orquesta en Caracas. "Especialmente, con obras de Mahler, Chaikovski o Beethoven. Ahora es la primera vez que estoy con ellos en Lucerna. ¿Ha visto lo bien que ha sonado la suite sinfónica de Lulu, de Alban Berg? Para mí es una situación especialmente feliz. En Lucerna me siento a estas alturas de la vida como en mi propia casa. Tiene el público más respetuoso y entendido de los que yo conozco. Me siento comprendido y querido por todo lo que hago. La acogida tan calurosa que este público ha mostrado a los venezolanos me ha tocado las fibras más sensibles".

Abbado, en efecto, se encontraba eufórico después de su concierto. Eligió para cenar una trattoria italiana: El Padrino. Era casi la una de la madrugada cuando pidió un coche para retirarse a descansar. Es sólo otro ejemplo de los días frenéticos que ha vivido el maestro milanés. No pudo asistir, por compromisos profesionales, a la gran fiesta familiar que, bajo el título Guillermo Tell encuentra a Simón Bolívar, dio la orquesta con Vázquez el domingo por la mañana para jóvenes menores de 18 años y sus acompañantes. Interpretaron obras de Rossini, Ginastera, Castellanos, Dvorak y Márquez. Y, al final, regalaron a los niños suizos chándales con los colores de Venezuela. En Lucerna se proyecta además estos días la película El sistema, de Paul Smaczny y Maria Stodtmeier, y hay una interesante exposición de fotografías de Andreas Knapp sobre la vida cotidiana de las orquestas juveniles en Venezuela.

"El espíritu, el alma de esta orquesta, marca mucho", afirma Dudamel. "Uno puede estar en las mejores orquestas del mundo y obtener unos resultados artísticos y profesionales extraordinarios, pero el corazón permanece siempre en la Simón Bolívar. Verdaderamente es mucho más que una orquesta. Es el símbolo de que un mundo mejor puede ser posible". También Abbado ve en la formación venezolana algo muy especial. "Representa la energía de la juventud, las ilusiones hechas realidad, la dimensión social de la música, la fe en lo mejor de la naturaleza humana". En definitiva, dos maestros que rebosan entusiasmo y un vital optimismo.

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