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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Comedia erótica con primos

Tierno verano de lujurias y azoteas

Director: Jaime Chávarri. Guionistas: Salvador Maldonado, Jaime Chávarri. Fotografía: José Luis López Linares. España, 1993. Intérpretes: Marisa Paredes, Gabino Diego, Imanol Arias, Ana Álvarez. Estreno en Madrid: Proyecciones.

Tomando como punto de partida la novela La última palabra, de Pablo Solozábal, Jaime Chávarri se ha lanzado a la creación de una divertida comedia erótica, pero que en su interior encierra un buen número de atractivos materiales dispersos que en la mayoría de los casos funcionan muy bien.Tras Tierno verano de lujurias y azoteas, un título tan largo como raro y difícil de recordar, se esconde, en primer lugar, el personaje de Pablo. Un muchacho recién llegado de Rusia, hijo de los famosos niños de la guerra española, que habla un curioso y barroco castellano más aprendido en los clásicos que en la calle, cuya única obsesión es conquistar a su atractiva y madura prima Olga.

El eje en torno al que gira la película es esta relación, este amor entre primos, cómo Pablo conquista a la prima Olga utilizando con habilidad las palabras, ese lenguaje un tanto en desuso que emplea con habilidad y eficacia, y, también la casa y los recuerdos familiares.

En este terreno, Jaime Chávarri se mueve con facilidad y soltura, tanto en lo que significa retomar el terna de la familia, que una y otra vez vuelve a aparecer en su cine, como manejar a dos actores magníficos que están como nunca. Tanto una Marisa Paredes que pocas veces ha aparecido tan cálida y divertida como un Gabino Diego, descubrimiento del propio Chávarri en Las bicicletas son para el verano (1983), que borda su papel de seductor.

Tierno verano de lujurias y azoteas, una película construida en torno a una cena y una comida, donde poco se come, pero se habla mucho, es todavía más curiosa en cuanto también incluye, retornando una brillante costumbre un tanto caída en desuso, dos escenas retrospectivas: una ambientada en Rusia y otra en París. Dos relatos con los que el seductor trata de seducir a su amada contándole libidinosos recuerdos.

Y éste es el único escollo que encierra la película; mientras la historia funciona a la perfección, las de Rusia y París no logran levantar el vuelo a la misma altura.

Superado este inconveniente, esta interesante película también brilla en cuanto sus consideraciones sobre la palabra se rematan con una representación de Shakespeare, y la historia sentimental, con un triángulo cuyo tercer vértice es el director del montaje teatral.

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