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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Copiar al jefe

Regla, de oro en toda producción masiva es que el éxito de un producto cualquiera origina, de inmediato, la copia de ese producto. Que en la continuación figure el responsable de la primera parte, y no en tareas pro piamente de primer orden es ya más inhabitual, aunque sea lo que aquí ocurre: Quentin Tarantino que es el copiado, resulta aquí el productor ejecutivo de su coguionista en Pulp fiction, Roger Avary, admirador, dice él, del cine europeo que, a tenor de lo visto en éste, su primer film profesional, pretende saber copiar a su jefe aunque no tenga mayor idea para encontrar la fórmula del éxito de Tarantino.Killing Zoe es un rebuzno violento, violentísimo que se permite Avary con la anuencia de su protector. Un film que hace de los exhabruptos de sangre de Tarantino en toda su obra casi travesuras ingenuas a lo Walt Disney; un producto demencial nacido de una mente de la que por lo menos cabe aventurar que no debe estar muy en sus cabales. Hablar propiamente de estructura, en el guión puede resultar casi un pecado, pero en todo caso, resumamos el asunto diciendo que un experto en abrir cajas fuertes, de origen americano (Stoltz) viaja a París pata hacerle un favor a un amigo francés (Anglade). Pero al llegar descubre algunas cosas, como a una prostituta, la Zoe del título, que le roba literalmente del corazón; que su amigo está enganchado a la heroína; y que el golpe que prepara es cualquier cosa menos una plácida aventura crematística.

Killing Zoe

Dirección y guión: Roger Avary.Fotografía: Tom Richmond. Música: Tamandany. Producción: Samuel Hadida, Francia-EE UU, 1994. Intérpretes: Eric Stoltz, Julie Delpy, Jean-Hugues Anglade, Gary Kemp, Tai Thai, Bruce Rarnsey. Estreno en Madrid: cines Vergara, Palacio de la Prensa, Minicines, Albufera.

Con una cámara perennemente aquejada del mal de San Vito, y una amoralidad absoluta respecto a lo que significa realizar una película así, Avary construye un film vigorosamente proclive a la violencia gratuita. Pero el chico, que no es tonto del todo, se busca la coartada que le da un supuesto punto de vista de la narración centrado en los drogados protagonistas para, de esta manera, pasar sin problemas el pesado fardo de la gratuidad que preside toda la acción. Que dicho punto de vista se confunda entre drogadictos y no es sólo un detalle menor en todo el desaguisado formidable, que nuestro hombre monta. Así pues, Avary termina firmando una copia desafortunada del cine de Tarantino.

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